martes, 13 de diciembre de 2016

Despertar el relato, elevar la memoria a un homenaje


Nadie duda de la importancia de recordar, ni siquiera los cínicos desmemoriados de la ultraderecha de este estrambótico país nuestro, pero ellos a generales sanguinarios y cuñadísimos. Y además, uso convencido la fórmula, considero oportuno reivindicar un patriotismo que no sea patriotero, el de ellos, pues España no es patrimonio de los de la banderita omnipresente, y mucho menos de los del aguilucho.

Por España, por una tierra mejor para todos y cada uno, murieron un número desgarradoramente grande de idealistas y personas coherentes. Se les machacó en cárceles infames y se les dio el paseo, curas de mal agüero insultaron su dignidad, personajes de repugnante apego al poder y al abuso de autoridad se estiraron de sus bigotillos para alcanzar la cota máxima de desprecio al vencido. ¿Y por qué tendríamos que olvidar? Ni lo hacemos, ni lo vamos a hacer.

¡Qué rotunda sencillez en la prosa de Dulce Chacón cuando gestó esa conmovedora maravilla de La voz dormida (Santillana, 2002)! A menudo sobran los vericuetos de una falsa profundidad. Las claves intelectuales no tienen por qué disfrazarse de académicas. Se trata por cierto, de un brillante ejercicio de memoria histórica, de recordar a los que algunos interesadamente olvidaron.





Unos personajes bien planteados, tan de verdad que se pueden tocar, con cuatro pinceladas que son las necesarias. Una aproximación a la trama con las acciones que corresponden, que se atienen a los testimonios, a las pequeñas historias que elaboran la Historia auténtica, y no la de los volúmenes sesudos y grandilocuentes, no la mentirosa de los que apenas quieren sino justificar y justificarse. La humanidad de una lucha, por muy equivocada que estuviera, el batallar de las mujeres que aman, y de los hombres. En una sociedad prejuiciosa e imperfecta. Entre quienes entendían de veracidad, de sentimientos nobles, de cariño merecido y sincero. Lo demás, florituras.

¿Hemos de olvidar esa España de miseria, también moral, de estraperlo y sinvergüenzas, de cruel venganza, de analfabetismo? No olvidamos el tesón inconformista de quienes prefirieron aprender a leer y escribir, de los que no bajaron la cabeza para construir un mundo más justo, más igualitario. Esta España actual de autocensura, de cerebros lavados por medios de comunicación embrutecedores y alienantes, de atorrantes centros de consumo, esta España nos obliga a volver los ojos hacia los valientes de todos los tiempos, de los rebeldes de todas las épocas, para no tragar el veneno de los poderosos de siempre, ni sus mentiras rebozadas de falsa sensatez.

Fueron héroes y heroínas tan imperfectos como cualquiera. Fueron valientes que temían a la muerte, a dejar a los suyos, a perder a sus hijos, a renunciar a una vida más tranquila pero también más falsa. Y sin embargo, muchos y muchas de ellos se lanzaron hacia adelante, hacia el enemigo, hacia el abismo. Con lágrimas en los ojos, con dudas, con el temblor de piernas que intentarían disimular, con la seguridad de haber cometido mil errores, de haberle fallado a sus gentes, de haber intentado todo con la mejor disponibilidad. No eran de una pieza. Desde el día de hoy los podemos ver ingenuos, machistas, fanáticas, insensatas. Lo eran algunas, algunos más que otros, algunas todo, algunos desde la ignorancia, algunas con convencimiento.

Casi podemos percibir como susurros las voces de quienes le contaron a Dulce Chacón sobre sus pasos erráticos, sobre sus desventuras, sobre sus terrores nocturnos, sobre sus estómagos vacíos, sobre sus corazones llenos de pena. El vuelo de los libres sobre el firmamento que vigilaba las prisiones españolas, repletas de cada una de las existencias truncadas. La autora ha sabido reunir todas las piezas para crear esta trama que recogen tantas, demasiadas vidas. Escuchamos esos susurros encogidos por el espanto, por ese dolor que se mastica, por ese silencio tras los disparos. Atendemos a las indicaciones de la narración, directa, impresionante, preparados desde el principio para la muerte y la supervivencia.

Una hermana que recoge el testigo vital de su hermana, que entiende que su destino está en ese amor incondicional que es incapaz de no sentir, de no expresar. ¡Cómo no recordar los ojos azules de la protagonista, arrasados por unas lágrimas que ya no pueden salir de tanto vacío que le ha quedado en el alma! Y en el fondo de ese pozo de la Historia reciente de esta nación peregrina y acogotada, el eco de las noches en vela, la congoja de los que ganaron y perdieron, de los que perdieron y ganaron, de todas las viudas, de todas las víctimas.



Recordar para sentir el color de un calendario con la hoja fijada en un ayer sangriento. Recordar para entender, para no entender, para superar tanta desdicha, tanta mala entraña, tanta bofetada en la cara de un viento que no amaina.










jueves, 1 de diciembre de 2016

Releer para reencontrar y reencontrarse




Era joven entonces. Cuando El País todavía podía leerse, cuando merecía ser leído. Me da la nostalgia recordar esos suplementos pijos, para pijos progres y resto de población sin posibles. Soy de los que nos asomábamos a esas vidas envueltas en ropa de marca y nos sentíamos parte de ese nuevo país que avanzaba. Da nostalgia y duele. Sería por entonces, en el suplemento o en el periódico, en ese grueso volumen de los domingos de mi juventud, donde y cuando leería a alguno de esos intelectuales de pro, los de ceja erguida sobre la pasta de sus gafas con rayos fulminadores de la vulgaridad, donde y cuando les leí, a muchos de esos escritores y escritorcillos, que ya únicamente releían, que llevaban tiempo sin hacer otra cosa que releer.

Releer, ¡qué bello vocablo para guardar la esencia de la cretinez! Pues bien, releer he releído, y bien a gusto, mis “very best”, mis obras de cabecera, las que nunca, nunca me cansarán al recorrer sus páginas de nuevo: La vida es sueño, Luces de bohemia, Poeta en Nueva York. Releer porque sí, porque surge la oportunidad, por motivos laborales de profesor de Literatura, porque te da la gana, pero nunca para despreciar a los que escriben hoy, a los que escriben al mismo tiempo que tú, jamás para ratificarte y elevarte a la élite de los que sólo (sí, con tilde) leen a la élite, a los clásicos, a los grandes, a los que sí valen la pena. Snif. ¡Qué triste y apabullante puede ser la tontería!

Y he de reconocer que me costaba sacar de la estantería, en la que reposada y soberanamente acumulaba polvo, al García Márquez de Cien años de soledad. El libro que me enamoró de la literatura hispanoamericana del boom, el que me empujó en los brazos de Cortázar, de Carpentier, de Vargas Llosa, de los demás. Me daba respeto, me daba apuro perder, dejar atrás ese entusiasmo descubridor de la adolescencia.





Y no, no me apeo. Sigo considerando principales a los autores que siempre lo fueron. Me decían el otro día que la percepción sobre el Nóbel colombiano había cambiado, que ya no se le tenía en la misma estima. Interesante. A mí es verdad que no me convenció en absoluto Historia de un náufrago. Me encantaron las demás: El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora, Crónica de una muerte anunciada. Dejé de leerle durante años, tras terminar El amor en los tiempos del cólera, y tuvo que pasar mucho tiempo, hasta que en el club de lectura me enfrenté al viejo y a sus putas tristes, que por cierto me ha permitido leer la soledad de Macondo desde otra perspectiva, y otear al putañero que imagino siempre estuvo en nuestro latino de educación machista, y entorno adocenado y deplorable en tantos aspectos. No me asombra, simplemente me aporta información. Nuestros autores favoritos no son como quisiéramos que fueran, son sus obras, las maestras, las fundamentales, ellas son las que cuentan.

Aunque matizaré después, me reitero, Cien años de soledad es la obra maestra que yo recordaba. Y ahora la ha leído un hombre con más de treinta años de experiencia por encima de la que tenía aquel muchacho que la leyó en primer lugar. Y ahora la ha desmenuzado sin acritud y con el habitual poco rigor, este filólogo y ante todo amante de la lectura, con muchas más muescas en el historial. Este libro sigue sabiendo a rabiosa fortuna, la del escritor que tiene esa rara habilidad de crear un estilo y un mundo propios. Acertó García Márquez, podrá estar más de rabiosa actualidad, que no lo está; podrá tener más conexión con esta realidad nuestra, con este punto de vista del nuevo siglo, con el entender y aproximarse más de hoy, que no lo estará, pero lo cierto es que acertó.

Recuerdo haberme sumergido en ese océano léxico con la inestimable ayuda de una de esas ediciones entrañables de tapa dura de Cátedra, las académicas, las dirigidas a estudiantes y estudiosos. Un volumen que tomé prestado de aquella biblioteca novelera e irreal que algunos recordarán, la de la Plaza de los Sitios de Zaragoza, en esa ciudad todavía sin bibliotecas. Salió de aquel ascensor, de esa misteriosa conexión con un inframundo literario desconocido e inquietante, para que me lo entregara aquella funcionaria que me miraba siempre de reojo, sospechando de mis peculiares lecturas.

Tengo en la memoria haber recorrido sin pudor y con todo el entusiasmo por aprender de los quince años, esas notas a pie de página que aclaraban aspectos culturales y el significado de vocablos propios del español de aquellas tierras. En esta ocasión me ha bastado una edición, la que compré muchos años después, de bolsillo, sin introducción, sin apéndices aclaratorios, sin añadidos, con el texto original, sin más. ¡Qué prodigiosa la lengua del maestro! Inimitable de tanto ser imitada, y mal, rematadamente mal imitada.

Inventó el realismo mágico, pero por supuesto que no de la nada. He visitado América Latina en tres distintos viajes y he comprobado de primera mano que la naturaleza estuvo siempre ahí, pidiendo la creación de ese híbrido maravilloso entre lo verosímil y lo extravagante. Laura Esquivel le da su propio toque con Como agua para chocolate, deliciosa novela de los sentidos. Se aproximó al canon Isabel Allende con La casa de los espíritus, eso sí, no hablemos de lo que vino después, pues provoca sarpullidos y vergüenza ajena.







Esa realidad desmesurada, hiperbólica, se hallaba también en El siglo de las luces, (tenían que ser cien años) de Alejo Carpentier, novela histórica fuera de medidas genéricas que me capturó desde la primera página, y rabiosamente contemporánea de nuestro Macondo. Al realismo mágico lo intentaron descifrar desde la época de la colonia los perplejos intrusos europeos, por supuesto que sin éxito. Estaba ahí, en realidad, lo estuvo siempre. Y el mérito de haberle dado cuerpo y alma, de cifrarlo, de hacerlo único, es de García Márquez.

Me fascinaban esos personajes desmesurados, ese ciclo eterno de José Arcadios y Aurelianos, y todas esas mujeres de destino igualmente trágico, y ese cúmulo de secundarios de trayectoria corta o larga. Ahora puedo vislumbrar en ellos alusiones edípicas y no tan vagamente freudianas, en esa incestuosidad sugerente, prohibida y reiterada, en esas relaciones de desdichado onanismo social e íntimo. Las generaciones se suceden para cerrar una dinastía cuyo fracaso estaba anunciado.

Hay algo subterráneamente católico, indígena, telúrico, sobrenatural y epidérmico, todo a la vez y al mismo tiempo, en esta trama imposible de casas con vida propia, de vastos hogares como enormes seres antediluvianos. Continúo apreciando esa verbosidad que a simple vista es de un barroquismo adjetival, pero es que esta apreciación es engañosa, puesto que la secuencia del discurso es mucho más variada que todo eso. Se llama estilo, el inconfundible, el que permaneció en mis recuerdos. Esos fragmentos memorables. Y quizá ya no tanto los momentos deslumbrantes, como el de la muchacha elevándose entre sábanas a un más allá de delirante cielo. Todo excesivo, insisto, como esa realidad que lo inspiró.



Releer para saborear años de fértiles lecturas. ¡Queda tanto por leer!








miércoles, 30 de noviembre de 2016

La cara oculta, la que merece la pena descubrir






Empezaré asumiendo mis pre-juicios ante las novelas de Ángeles Caso. ¿La recuerdan? Aquel busto parlante del telediario de los alegres ochenta, una de las caras bellas de la Transición, la no periodista a la que se incluyó por arte de la popularidad televisiva en la creciente y prestigiosa nómina de mujeres periodistas de la época. Ella, en carne mortal, vino a Zuera y nos sorprendió a unos cuantos cuando aclaró que su paso por la efímera caja tonta y su desmedida fama fueron todavía más fugaces de lo que recordábamos, pues no llegó a los dos años de lucir melenaza y mirada arrebatadora, de quitar el hipo a tantos con sus rasgos angulosos y felinos. Se nos cayó un mito falso, comenzamos a conocer a la verdadera Ángeles Caso.

¡Bendito club de lectura de Zuera! Por la cursi portada de la novela Todo ese fuego (Planeta, 2015), no me habría planteado ni de lejos su lectura. Juzguen por sí mismos:










No me dirán que no es para presumir que estábamos ante una de esas novelitas románticas e insustanciales. No me digan que no es para que la autora despotrique contra la editorial y los responsables de semejante desaguisado. Y es que la novela en cuestión es otra cosa, y muy valiosa en realidad, como para dejarse despistar. No lo hagan.

Vayamos por partes. Aunque nuestra atractiva escritora haya tenido que luchar contra tontos y pre-juicios (como los míos), aunque haya tenido que luchar para demostrar que no es una mujer florero con ínfulas de literata, lo cierto es que vista su trayectoria y esta novela, está claro que lo ha conseguido sobradamente, el oficio, digo. Y es que por atreverse, se aventura incluso, y por cierto, con éxito, a romper con los géneros.

Este libro es una novela, y no lo es, lo es en parte, en la primera parte. En la segunda parte escribe un ensayo deliciosamente divulgativo, luminoso, relevante, motivador. Lo que es novela muestra un vigor narrativo admirable. Es una novela muy bien escrita. Está tan lograda como supuesta biografía novelada de esas heroínas de fábula feminista, las hermanas Brontë, es tan buena, que llegamos a convencernos de que sigue dato a dato sus vidas, cuando tan apenas se asoma a un día de sus apasionadas y trágicas existencias. Cuando se nos informa en la parte ensayística de lo escaso que se sabe de los detalles vitales de dichas protagonistas, es entonces cuando podemos valorar la pericia de Ángeles Caso al recrear el aliento, las ansias, el fluir revuelto de los sentires de esos iconos literarios que toman vida en el papel.

Le planteé a la autora la justificación para organización tan peculiar (doble y paralela, narrativa y ensayística), el porqué de escribir dos libros en uno, y no dos libros por separado. Me planteó una visión bien argumentada de sus razones creativas, que respetaría en cualquier caso, pero que además me resultaron convincentes. Me sigo quedando con la sensación de estar ante una novela que se me antoja no llegó al límite de lo que podría haber sido, por breve y no por falta de calidad. Me sigue chirriando la lectura de las cuestiones informativas a posteriori. No me convence como opción creativa inicial. Y sin embargo, valoro en firme el producto final, por mucho que no sea lo que podría ser, y no niego que quizá otra novela más apegada a la narración me habría gustado más.

¿Y las hermanas Brontë? Me pongo de deberes, (creo firmemente en ellos, en los buenos, en los sensatos) leer Cumbres borrascosas, la célebre novela de Emily. Intento bucear en aquella Jane Eyre, la de Charlotte, que no me impresionó, para acercarme a ella desde una posición más empática, menos pre-juiciosa. Estoy deseando que caiga en mis manos alguna de las novelas que escribió la otra, Anne, la que no existía, en mi ignorancia, y que parece ahora cuenta con las bendiciones de gran parte de la crítica especializada. Ángeles Caso lo logra, consigue despertar mi interés por esas mujeres excepcionales, las Brontë.




Estoy por unirme al multitudinario peregrinaje a su ahora casa-museo, en Haworth. Pisar ese diminuto salón en el que las tres edificaban sus obras literarias, tras las faenas domésticas, en la tranquilidad de su creatividad decidida y valiente. No me cuesta imaginarme allí, escuchando sus mentes maquinando narración y diálogos, o versos en el caso de Emily, entre el frufrú de sus ropas de época, sencillas y abigarradas al mismo tiempo, como ellas. Esa casa sin jardín, envuelta en el páramo desolador y a la vez entusiasta de sus existencias. Respirar el milagro de tres mujeres extraordinarias que lucharon contra un destino que les ponía todo, absolutamente todo, en su contra.

Una antigua alumna decía, y decía bien, que el feminismo no debería ser darle la vuelta al machismo. Ángeles Caso nos confesó que al principio de su carrera pretendía que la valoraran como a un hombre. Ahora está orgullosa de escribir siendo mujer. Porque la mujer aporta a sus creaciones su particular visión, pero también lo que todas las mujeres comparten y los hombres no. Nos decía que había escrito buena parte de sus obras donde bien había podido, en espacios domésticos, con un ojo pendiente de su hija mientras crecía, lejos de una torre de marfil de la que muchos autores varones disfrutan porque tienen a una Patricia, a una Isabel, a una María, que se ocupan de ellos, de lo cotidiano, de lo rutinario, de todo lo práctico. No se arrepiente de haber vivido su acto de escritura involucrada con sus otras facetas, de madre, de ama de casa, de persona. Me encantó escucharlo en la voz de una mujer admirable.

Y por si faltaba poco, esa tarde nos asomamos también a su nuevo libro. Hasta tres editoriales se han negado a publicar un ensayo sobre mujeres pintoras. La autora ha tenido que recurrir al micromecenazgo. El “crowdfunding” ya ha sido tema de reflexión en este blog. Estoy convencido de que la experiencia ha sido positiva para Ángeles Caso, que ha creado un vínculo único con un grupo de lectores mecenas. Un trabajo que por otra parte se me antoja estimulante, con multitud de ilustraciones, centradas en los retratos, que opina Caso son de lo mejor producido por esas grandes e injustamente desconocidas. Estoy deseando tenerlo en mis manos. Se trata, no es cuestión de dilatarlo más, de Ellas mismas.




Conocía a alguna de las pintoras (Artemisa Gentileschi o Sofonisba Anguissola) incluidas en el índice de setenta y nueve “sujetos de arte” –por escapar al destino de ser objetos para los pinceles de pintores, y tomar ellas el rumbo creativo-, como tan acertadamente las llama Ángeles Caso, pero la mayor parte de ellas están para mí en el mismo limbo que para tantos, y es por ello mismo una obligación moral rescatarlas de él. ¿Es razonable desde cualquier punto de vista que acabe de producirse la primera exposición individual, en toda la larga historia del Museo del Prado, dedicada a una pintora? Pues así es, por desgracia, lo es con la exposición protagonizada por la pintora flamenca de bodegones, “dotada y delicada artista” según la web de la pinacoteca, Clara Peeters.




Se puede comprar Ellas mismas en la página web de la autora:




Y lentamente, poco a poco, asomarse a la cara oculta, la que da miedo a tantos hombres, a tantas mujeres, a la de las mujeres creadoras, a su arte, a su fuerza.












miércoles, 2 de noviembre de 2016

Desvíos


La vida es una acumulación de desvíos. Algunos hemos optado por asumir coherentemente nuestras desviaciones, otros prefieren dar un rodeo a su propia existencia fallida. Son las dos acepciones que encuentro para detours en el diccionario Inglés-Español de Oxford: desvío y dar un rodeo. Un sustantivo, pero nada raro en inglés, también un verbo. La acción en sus dos versiones.
 
 
 
 

Un título sugerente por tanto, para una colección de relatos que el autor reconoce como una “mezcla de reminiscencias, de observaciones  y de historia, que contienen al mismo tiempo humor y melancolía”.

Tony Rickaby se ha pateado las calles de Londres, y en especial de su multicultural y complejo barrio del sur de la ciudad. Ha deambulado por esos enormes bloques que de cuando en cuando aparecen entre el a primera vista idílico paisaje de casitas bajas, bloques que en el pasado fueron frecuentemente viviendas sociales proporcionadas por el ayuntamiento con alquileres asequibles a ciudadanos con escasos ingresos, mamotretos hoy día privatizados, lo que aconteció a causa del vendaval Thatcher.

El paisaje tiene nombre, ese Brixton demonizado y ensalzado a partes iguales, ese pedazo de sur londinense repleto de expatriados caribeños con la rabia en los ojos y en las palabras, en los gestos. Un barrio como cualquier otro, pero completamente único. Rincón de altercados, de mercadillo, de vigorosa agresividad y mezcla, mucha mezcla, y conflicto, y preguntas.

Nuestro escritor ha recorrido también los senderos de su memoria, de sus recuerdos. Ha creado narraciones de ficción, así como lo que él mismo denomina  “no ficción creativa”. “Bits and pieces”, fragmentos de existencia y de contemplación pausada, reflexiva de la realidad, del pasado:

“I finally find my phone and shut the front door behind me. Trying to get out of the house always takes too long. And once I do leave then I´ll probably have to go back for something: credit card, or change or I should be wearing something warmer or to make sure I´ve really locked the front door.

I´ll walk. Should take about an hour.

 

Although walking speeds can vary greatly depending on such things as height, weight, age, terrain, load, culture, effort and fitness, the average is about three miles an hour.

 

On June 25 1944, just after midnight, a V1 bomb fell in Studley Road, demolishing 10 houses and severely damaging 30, including the Methodist church. Three people were killed. Two months later, on the afternoon of August 20, another V1 fell in Studley Road…

 

I cross over by the war memorial. Three men –they look Somali or Ethiopian- are getting out of a battered Fiat Punto. One is wearing a dark top with NEW YORK printed across the front.

“I think you´ll get a ticket leaving it there”, I tell them, but they ignore me.

 

I´m talking to myself again. But only when I´m on my own, when there´s nobody around. I know I´m doing it. Not whole conversations, just little questions like: “Why can´t that be true?” or “How could that happen?” They often seem to be regrets for things in the past that I did or didn´t do. Stupid things. Wondering how my life might have turned out if I´d made different decisions about certain things. I keep resolving to stop, but I can´t help myself.

 

[…]” (Fragmento del relato Bomb walk)

 

Tony es un artista. En el sentido más amplio de la palabra, igualmente en el más restringido. Sus cuadros, sus esculturas, sus intervenciones suelen tener una gran carga conceptual. Mientras residí en Londres, tuve el privilegio de acudir a su casa con frecuencia (después lo he hecho en cada una de mis posteriores visitas, ya como turista) y asistir a diferentes olas de su creatividad, que iban sucediéndose y complementándose.

Le fascinan los letreros, las palabras, las letras, los signos, las señales. Ha publicado poesía. Ahora llegan estos desvíos que parecen indicar que a menudo la vía que seguimos no es precisamente la línea recta. Desviarse para no perderse lo esencial. Entretenerse en los detalles, recurrir a lo extraordinario para aportar sentido a la banal rutinaria nada. Los pies se dirigen solos hacia lo divergente, a lo moroso, a lo cotidiano e insustancial. Como bien se puede observar en una de sus fotografías, la que incluyo a continuación, aparentemente tomada sin más de la realidad, pero que va más allá del testimonio para recrear poéticamente el entorno:
 
 
 
 

He podido comprobar la afición obsesiva de los anglosajones por las citas. Ese reino de lo medido, de lo extraído para ser conveniente argumento en la ocasión a la que nos enfrentemos. Ocurre algo semejante con los archivos, con las noticias que pasan a ser crónica de otras épocas. Nos refugiamos en esos datos polvorientos del pasado para recrear recuerdos y hacerlos más vivos y sugerentes. No faltan citas y notas de archivo en los relatos de este volumen, parte esencial de esa "no ficción creativa" que pretende compartir con sus lectores.

Tony no pierde la oportunidad de recuperar la gran guerra, la posguerra. Los huecos dejados por las bombas. El racionamiento. Los bombardeos, y el ritual para protegerse de ellos. Las miradas, los usos olvidados, el hambre, la muerte. El tiempo recreado y requerido para que se postule de nuevo en palabras escritas desde el hoy.

Como profesor de idiomas me fijo así mismo en la pulcra concisión del vocabulario elegido por el autor de estos relatos. Prescinde de raras palabrejas más propias del Barroco y prefiere la exactitud de los términos más directos. Los que lo conocemos sabemos que en la conversación también va a usar el número justo de frases, ni una palabra más de aquellas que le sirvan para conseguir el efecto pretendido.

Es ese sentido práctico tan británico a nuestros ojos, aunque seguramente él considerará que es algo más personal que todo eso. La tradición británica de ser ocurrente, de recurrir a la palabra con múltiples sentidos, que se cargue de ironía, de humor negrísimo, que rasque en el alma e impacte al llegar a los oídos. Y lo dirá aunque pese, aunque no sea quizá del todo políticamente correcto, porque lo ve así y se siente con el rigor suficiente para expresar sus puntos de vista. Por honestidad y coherencia.

Echen un vistazo, Amazon nos lo trae a casa, y podemos además asomarnos a otros de sus libros, Tony es también poeta, ensayista, especialista en arte:


 Y a su página web:


 

Tony es mi amigo, de lo cual estoy muy orgulloso. Un honor haberte conocido. Querido Tony, me gustaría ser capaz de escribir todo esto en tu idioma y no sonar a falso, o quedarme corto, o ir demasiado lejos, pero me queda la tranquilidad de que podrás aproximarte con holgura a lo que he querido transmitir con mis palabras.

 

 

 

 

 

 

miércoles, 26 de octubre de 2016

Viaje sin fin al principio de la noche


El poeta no es joven, no es viejo, la poeta lo es o no. Apabulla Loreto Sesma con su poemario  317 kilómetros y dos salidas de emergencia (Espasa, 2015), aunque pague el peaje que algunos considerarán inevitable de su inexperiencia. La felicito, algunos de los poemas del volumen son excelentes. Ahí es nada, cuando autores reputados que le triplican la edad zozobran con artefactos de dudosa credibilidad y nulo acierto, ella ha publicado con una editorial prestigiosa un poemario, que además ya es el segundo, con el que sale más que airosa del envite.





En el viaje, me quedo con la primera parte del volumen, la que titula Trayecto, con esos poemas en forma de kilómetros. Es allí donde se encuentran los versos más redondos, más depurados. Las otras partes se convierten entonces en accesorias, y he de decir que lamentablemente cada vez más prescindibles a medida que avanza el libro. No me convencen unos poemas epigramáticos que nada añaden. Me resultan demasiado obvios los poemas con nombre de ciudad. Me conquista esa primera parte en la que la voz poética es directa, auténtica, reconocible, inmediata. En una segunda parte, titulada Áreas de servicio, se desdibuja el trazo, se pierde el hilo, se desmadeja, nos desorientamos. Eso sí, nuestra joven Ariadna tiene mucho mérito.

 

“Últimamente me siento como

 

esa persona que ha hecho de una estación su casa,

que pasa por delante de cualquier escaparate y nunca se fija en lo que vende,

sino en su propio reflejo.

Como quien busca en el espejo

algún matiz,

algún gesto,

que hiciera cuando fuera pequeño

y busca

y busca

y busca

(pero nunca encuentra)

al niño que fue hace un tiempo.

 

Me siento como quien guarda una botella

para una fecha señalada,

y se da cuenta de que nunca vino,

que el vino

se ha hecho vinagre.

Como quien sigue intentando hacer las cosas bien

solo

por ver sonreír a su madre.

 

Como quien ha perdido la ilusión

porque le dijeron que toda magia implica truco.

como el imbécil que prefirió ser la fuerza del león

antes que la astucia del zorro

y al final,

una bella sonrisa con andares de bailarina

le acabó soplando en la boca para pedir un deseo.

Me siento como el poeta atrapado en su fraseo,

como la mujer arreglándose en el aseo

antes de acudir a una cena consigo misma.

 

Me siento como en una jaula sin barrotes,

como quien ve los aviones

como otro puto obstáculo

por el que no sale el sol;

como a quien le regalan flores

y pregunta

cuándo ha muerto.

Como el tuerto

al que nunca le preguntaron si se siente rey

en un mundo de ciegos,

como el enamorado que ya no cree en el amor.

 

Me siento como si sintiera

que ya no seré capaz de sentir

después de haber sentido tanto.

De haber amado tanto,

de haber llorado,

de haber reído,

de haber temido

y haber disfrutado tanto.

 

Me siento como la niña que se quedó

esperando a sus padres a la salida del colegio.

Y nunca

nadie

fue a buscarla.

Como el preso al que le ofrecieron la libertad,

pero por un beso

eligió la cárcel.

Como el verso que nunca fue poema

porque nadie tuvo el valor suficiente

para escribirlo.”

 

La escritura tiene mucho de técnica. Loreto Sesma se las arregla bien en este punto. Sus poemas están bien escritos, tienen un ritmo propio de las obras “en marcha”, de carretera y notas en el autobús, de paradas con coche en el arcén, de miradas dinámicas y certeras al fluir desenfrenado de la existencia. La escritura es crear un estilo propio. Este poemario resulta fresco, sincero, muy directo. Plantearé quizá, como tirón de orejas menor, lo innecesario de acudir en demasía a la palabra gruesa. Cuando lo requiere el momento dramático, cómo no; cuando se convierte en muletilla, jamás. Y si se me permite, así ocurre también con el recurrente recurso a la saliva, que en este volumen lo hace todo: cura, retiene, atrae, distingue, atropella, miente. Mucho más de lo que uno podía imaginar, o que incluso deseaba imaginar. Demasiada baba, la verdad.

Y ahora una reflexión de propina, ¿lo adivinan?, sobre los jóvenes poetas que venden. Estoy refiriéndome por supuesto al “fenómeno” del ya añoso (a sus esplendorosos treinta y siete años, y lo irán entendiendo) Marwan, pero también a Defreds (¿es tan joven como aparece en las fotos de su web?) y su masa de fans, o por supuesto a una más que sobradamente preparada Luna Miguel (crucen la ceja, y algún esfínter, por el asombro no más, al recorrer el currículum de esta talentosa editora y poeta de veinticinco añitos:

http://www.lunamiguel.com/p/biocv.html ) o así mismo a otros autores que desconozco por completo, y quienes, pese a su juventud ya han publicado al menos un libro, como Elvira Sastre, Sergio Carrión o Sara Bueno, tal y como se nos indica en este artículo de la Vanguardia, en el que se menciona también a nuestra autora zaragozana, la de esta entrada-reseña:


Sin recurso al pasmo me quedo al consultar el interesante blog de Ana Carrillo, y descubrir propuestas para una nómina de casi impúberes (rondan las veinte poéticas primaveras) y todavía (hasta ahora era lo esperable) inéditos poetas, que sin embargo se mueven como peces en las profusas aguas de las redes sociales:


No me pre-juicien, no pretendo ser cínico, ni descreído. No se trata de envidia de la mala. Me encantan estos chicos. Los adoro de principio a fin, como los del viaje, son ídolos que presentar a mis alumnos, materia en bruto para mis clases, motivadores… Que continúe el fluir de la poesía, se le atribuye muerte cerebral de cuando en cuando, nada más lejano de la realidad. Estos jóvenes y brillantes autores lo demuestran con sus creaciones.

 




 

martes, 4 de octubre de 2016

Desde el cuarto de atrás


 
Prologa desde la admiración, la edición que ha llegado a mis manos de la novela de Carmen Martín Gaite (Siruela, 2009), Gustavo Martín Garzo. Considera que se trata de tres cosas a la vez. Veamos.
 
 
 
 
 

Como novela fantástica, en mi opinión es un desastre, una pésima novela de ese género. Como ensayo, me quedo con la parte directamente relacionada con el repaso al pasado por parte de la autora, pues las páginas dedicadas al oficio de escribir resultan inconexas y no terminan de encajar del todo bien unas con otras. Es precisamente como libro de memorias, donde encuentro la genialidad de la obra.

¿Novela? Si llega a serlo, es fallida. Y sin embargo, es una obra digna de la admiración del prologuista (y de cualquier lector), de la atención hiperbólica que ha recibido por parte de los hispanistas y estudiosos del español en Estados Unidos, merecedora en resumen de haber entrado con rotundidad en el canon literario.

“[…] ¿por qué tenían que acabar todas las novelas cuando se casa la gente?, a mí me gustaba todo el proceso de enamoramiento, los obstáculos, las lágrimas y los malentendidos, los besos a la luz de la luna, pero a partir de la boda, parecía que ya no había nada más que contar, como si la vida se hubiera terminado; pocas novelas o películas se atrevían a ir más allá y a decirnos en qué se convertía aquel amor después de que los novios se juraban ante el altar amor eterno, y eso, la verdad, me daba mala espina.”

Comienza a percibirse un cierto “revisionismo” ante las pioneras. No, no se confundan, la primera mujer que llegó a la universidad, o la que ejerció de abogada cuando ninguna otra lo había hecho, o la que entró con su flamante acta de diputados en un Congreso donde nunca antes había habido mujeres representando al pueblo, esas y todas las otras primeras mujeres chocaron con los muros del prejuicio hasta el punto de convertirse en temerarias. Ellas abrieron el camino para que lo que ha venido después, siendo complejo, resultara más factible, más esperanzador.

Carmen Martín Gaite dice, pone en palabras, por primera vez, lo que hasta entonces no se había pensado, lo que no se había atrevido a escribir nadie, lo que resultaba horrísono para los bien pensantes, lo que hería susceptibilidades, lo que simplemente se consideraba inaceptable. Una mujer planteándose una vida más allá de los estrechos vericuetos del hogar, alejándose de la visión ñoña y romanticona, plantando cara. Una revolución. Necesaria.

“Mi madre no era casamentera, ni me enseñó tampoco nunca a coser ni a guisar, aunque yo la miraba con mucha curiosidad cuando la veía a ella hacerlo, y creo que, de verla, aprendí; en cambio, siempre me alentó en mis estudios, y cuando, después de la guerra, venían mis amigos a casa en época de exámenes, nos entraba la merienda y nos miraba con envidia. “Hasta a coser un botón aprende mejor una persona lista que una tonta”, le contestó un día a una señora que había dicho de mí, moviendo la cabeza con reprobación: “Mujer que sabe latín no puede tener buen fin”, y la miré con un agradecimiento eterno.”

En el libro hallamos muestras maravillosas de exhibicionismo impúdico de la intimidad de un escritor, de una escritora en este caso. Son esos recuerdos elevados a apuntes históricos. Esa crónica sentimental que redunda en social. Ese proyecto inacabado de reflejar los usos de una época, de testimoniar lo fronterizo con lo existencial. Una intelectual que se atreve a admitir que siente, que le desgarran los acontecimientos, los íntimos, los compartidos, los de ese glorioso movimiento que regía el país, la cotidiana miseria, el roído traje de un estado involucrado en crímenes contra sus ciudadanos, una dictadura más allá de la estructura orgánica, más allá.

“Siempre el mismo afán de apuntar cosas que parecen urgentes, siempre garabateando palabras sueltas en papeles sueltos, en cuadernos, y total para qué, en cuanto veo mi letra escrita, las cosas a que se refiere el texto se convierten en mariposas disecadas que antes estaban volando al sol. Es precisamente lo que me pasa cuando me despierto de un sueño: lo que acabo de ver lo abarco como un mensaje fundamental, nadie podría convencerme, en esos instantes, de que existe una clave más importante para entender el mundo de la que el sueño, por disparatado que sea, me acaba de sugerir, pero es moverme a buscar un lápiz y se acabó, ya nada coincide ni se mantiene, se ha roto el hilo que enhebraba las cuentas del collar. Y sin embargo, no escarmiento, por todas partes me sale al encuentro la huella de esos conatos inútiles, vivo rodeada de papeles sueltos donde he pretendido en vano cazar fantasmas y retener recados importantes, me agarro al lápiz ya por pura inercia, ¿comprende?, sé que es un vicio estúpido, pero me tranquiliza los nervios.”

Impresionante, de antología, el momento en que la protagonista se asoma a la caja tonta para asistir en persona al entierro de Franco. La sensibilidad de nuestra autora. ¿O es una demostración de que una mujer escribe diferente, siente diferente, capta la realidad de forma diferente? Disiento cuando se distingue entre literatura para mujeres y verdadera literatura, me agrede esa burda y sexista distinción. Otra cosa muy diferente es apreciar detalles y matices en lo que unos y otras pueden hacer. Y siempre desde la seguridad de que sólo hay dos literaturas: la buena y la mala, estén escritas por hombres o mujeres, por anglosajones o por indígenas aymaras, para lectores adolescentes o adultos. La sensibilidad de Carmen Martín Gaite decía, se aproxima a la figura de Carmencita Franco durante el funeral. La mira, nos la muestra, analítica, certera.

“Esa imagen significó el aglutinante fundamental: fue verla caminando despacio, enlutada y con ese gesto amargo y vacío que se le ha puesto hace años, encubierto a duras penas por su sonrisa oficial, y se me vino a las mientes con toda claridad aquella otra mañana que la vi en Salamanca con sus calcetines de perlé y sus zapatitos negros, a la salida de la Catedral. “No se la reconoce –pensé-, pero es aquella niña, tampoco ella me reconocería, hemos crecido y vivido en los mismos años, ella era hija de un militar de provincias, hemos sido víctimas de las mismas modas y costumbres, hemos leído las mismas revistas y visto el mismo cine, nuestros hijos puede que sean distintos, pero nuestros sueños seguro que han sido semejantes, con la seguridad de todo aquello que jamás podrá tener comprobación.” Y ya me parecía emocionante verla seguir andando hacia el agujero donde iban a meter a aquel señor, que para ella era simplemente su padre, mientras que para el resto de los españoles había sido el motor tramposo y secreto de ese bloque de tiempo, y el jefe de máquinas, y el revisor, y el fabricante de las cadenas del engranaje, y el tiempo mismo, cuyo fluir amortiguaba, embalsaba y dirigía, con el fin de que apenas se les sintiera rebullir ni al tiempo ni a él y cayeran como del cielo las insensibles variaciones que habían de irse produciendo, según su ley, en el lenguaje, en el vestido, en la músicas, en las relaciones humanas, en los espectáculos, en los locales. […] Se acabó, nunca más, el tiempo se desbloqueaba; había desaparecido el encargado de atarlo y presidirlo,…”

 Nuestra autora se para a mirar con atención el proceso de la escritura, la suya. Se detiene a observar con rigor de entomólogo la marcha de los tiempos de unos y otros a su alrededor. Reflexiones a la hora de seguir con la vida cotidiana, que no elude. Su hija no desaparece en el horizonte por exigencias del guion. El miedo, los miedos en realidad, los pequeños traumas, el paso convincente del tiempo en la medida de las tareas domésticas, la tremenda verdad de lo asumido, de la educación recibida, por la presión de los que erigen los axiomas morales, todo cabe en la punta de una pluma herida por la impresión al escribir.

Una habitación propia, que dijo aquella otra, el cuarto de atrás de la cochambrosa clase media hispánica, la cruda entereza que empuja a salir de la prisión de los prejuicios. Carmen Martín Gaite abre una ventana al aire fresco.

 

 

 

 

viernes, 29 de julio de 2016

Cargando pilas


¿Y qué mejor manera de hacerlo como profesor de adolescentes que leyendo libros que puedan gustarles? Lo diré de otra manera, difícil recomendarles lecturas si uno mismo no las conoce. Y aquí entramos, por supuesto, ni pensar en eludirlo, en el debate de si lo que se les proponga como lecturas obligatorias en un instituto por sus profesores de Lengua deben ser clásicos de la literatura para todas las edades u obras de la así llamada literatura juvenil. ¿Y por qué no las dos cosas? ¿O más cosas? Novelas ilustradas. Algún ensayo de especial interés. Y poesía, y teatro. En el fondo, obras que sean buenas, que estén bien escritas, dejemos a un lado las etiquetas estigmatizadoras.

Empecemos con un descubrimiento. La editorial nos hace llegar algunas de sus propuestas a los profesores, y en este caso se lo agradezco por una: El libro de los rostros, de Ana Alonso y Javier Pelegrín (SM, 2015)
 
 
 

Conocía ya otro proyecto a cuatro manos de los mismos autores. Aunque tienen una larga trayectoria profesional en común, yo conocía únicamente Odio el rosa, y en concreto una de las novelas de la saga, Historia de Dani (Oxford, 2014). Consideré que podía resultar atractiva a un grupo mayoritariamente masculino de refuerzo de Lengua, una lectura sobre un futbolista de éxito en un futuro terrible en el que las marcas multinacionales dominarán todavía más el mundo. Ciencia ficción y balompié, combinación que a mí me dejaba frío. A los chicos no les disgustó. Me sorprende comprobar que en la web que comparten los autores no aparezca en el listado de sus obras. No sé muy bien cómo interpretarlo.

El libro de los rostros trata sobre una chica que aburrida con su vida decide inventarse una, en Facebook. Hasta ahí poca novedad. Es de esperar que se meta en un buen lío. Lo hace. El perfil que escoge, al azar, se corresponde con la identidad virtual (anónima) de una bloguera que destapó corrupción y tramas mafiosas, y a quien unos cuantos poderosos llegaron a odiar a muerte mientras permaneció activa. Tras un silencio, ahora reaparece, y además dando la cara. ¿Por qué? Conocer la identidad supuestamente usurpada no sólo pondrá en peligro la vida de nuestra protagonista, acabará aportándole argumentos sobre los que construir y desarrollar su personalidad, su propia identidad.

Una novela magníficamente hilada, inteligente, con dominio sobrado de las técnicas narrativas, del suspense.

 

Hablamos pues de buena literatura, la publique la colección que sea de la editorial que corresponda. Las novelas de Laura Gallego son buena literatura. Conocía ya y estaban en mi lista de recomendaciones: Finis Mundi (SM, 1999), Donde los árboles cantan (SM, 2011) y La emperatriz de los etéreos (Alfaguara, 2007).






La primera, porque un profesor de Literatura goza con las aventuras de un grupo de juglares con una protagonista “juglaresa”, recorriendo los parajes del camino jacobeo con uno o más misterios como correa de transmisión.
 
 
 
La segunda, por la belleza y el lirismo, porque de nuevo la protagonista no es la princesa ñoña y sí una mujer decidida a luchar por su amor, pero también por su lugar en el mundo.
 
 
 
 
Y la tercera, porque me sedujo ese toque de fantasía, de mundo paralelo, de realidad imaginada con aventuras y arrojo, con romance y vitalidad.

Este mes de julio he disfrutado con dos novelas más de la autora. De la mítica colección El barco de vapor. Pueden parecer a simple vista más infantiles, no lo son en absoluto.

 

La leyenda del rey errante (SM, 2002)
 
 
 

La filóloga tocando el corazoncito de este colega suyo otra vez, con una historia de un príncipe que ansía sobre todas las cosas ser poeta. Buena meta, desastrosos medios. No consigue crear verdadera belleza hasta que vive la poesía. Para conseguirlo, de nada le sirven las influencias, la educación privilegiada, las dotes excepcionales, el berrinche monumental, ni siquiera llevar a su reino a la ruina. La respuesta está donde ya no esperaba encontrarla, y llega cuando está preparado para propulsar su propio destino hacia el lugar que merece. Bonita historia, ¿verdad?

¡Y qué bien narrada! Cada vez aprecio más que me cuenten bien lo que me quieren contar. Esa es la magia de una novela, que sea fluida, que tenga dinamismo, que en nada se note la maestría de la narradora (la investigación previa sobre el mundo de la poesía árabe preislámica)  y sí las consecuencias de su arte. Laura Gallego construye una obra partiendo de una estructura en tres.

El arrogante príncipe pierde en tres ocasiones el certamen poético que él mismo convoca. Los tres premios que recibe el único ganador servirán para hacer posibles las ambiciones de los tres hijos del triplemente galardonado. Tres van a ser las etapas de aprendizaje vital por las que habrá de pasar nuestro protagonista, a la vera de los tres hermanos huérfanos que desconocen su verdadera identidad. Y del mágico tres iremos al cuatro del final del libro, pero eso no quiero adelantarlo, como dicen los chicos, no se trata de hacer un “spoiler”.

 

El coleccionista de relojes extraordinarios (SM, 2004)
 
 
 

No puedo demostrar tanto entusiasmo como con el anterior, y eso que este libro es de factura correctísima, cumpliendo con varios de los requisitos imprescindibles para ser recomendado a adolescentes: la trama está llena de misterio y suspense de principio a fin, el protagonista es alguien con quien muchos chicos se identificarán fácilmente, y la historia es una fantasía de planos paralelos e inquietantes de las que tanto les atraen.

Laura Gallego plantea una de sus inquietudes favoritas: el tiempo. La magia maravillosa que supondría controlarlo. El abismo que supone afrontar su paso, ese futuro que es incierto, la eterna inclinación de los humanos por la inmortalidad de la que carecemos. Todo ello en un escenario doble: una ciudad que bien podría ser Toledo (o cualquiera de las antiguas joyas urbanas patrimonio de nuestro país) y su otra cara en el espejo de lo inasible.

De Ciudad Antigua a Ciudad Oculta. Y es cuando entra lo esotérico, simbolizado convenientemente por algunas de las enigmáticas figuras de las cartas del Tarot. ¡Quién no ha pasado una noche en vela por miedo a que la noche sea una entidad tan real como lo que imaginamos! Desvelados por el cuento de perros ávidos de sangre humana, por los seres extraordinarios que escapan de las fronteras de sus oscuros dominios, por la estremecedora voz de quien nos narra sus antojos, sus miserias, su negrura. Y al final, la superación personal como único camino hacia uno mismo.

 

Este septiembre llegará, y tendré las pilas cargadas.