Wonder Charlotte
tiene la palabra, de R. J. Palacio
(Nube de Tinta, 2016)
Historia de chica sobre sus
historias de chicas, sobre su vida de chica. ¿Visión sesgada o simplemente
apegada a la realidad? En los institutos creemos con firmeza en lo sano de reunir
a los dos sexos. Sin duda lo es. Y luego, ellos y ellas hacen y deshacen a su
antojo. Coinciden cuando les da la gana y en la medida en que lo consideran de
interés. Muchos ellos por un lado. Muchas ellas por el suyo. Chispas de la sana
mezcla que desearíamos, pero por supuesto, mucho menos de lo que esperaríamos.
Y la cosa va tirando.
No nos engañemos. Una sociedad
sexista produce comportamientos sexistas. Se casan los gays, pero el insulto
favorito en los patios de recreo continúa siendo “maricón”. Las mujeres van
luchando por lograr la igualdad, pero seguimos teniendo cuatro veces más chicos
delegados de curso. Y mientras las chicas populares reciben la valoración de
guarras, los chicos que lo son en su medida equivalente, se les eleva a la
categoría de héroes y líderes del gallinero. Triste. Real.
Charlotte. August está, pero no está. No en su historia. No es su
historia, es la de ella. Reconoce haber sido simpática con él, a petición del
adulto, del director. No buena, como lo es Summer, buena y ya está, con el niño
deforme. Una Summer a la que con esta nueva entrega de la saga conocemos más,
mejor, en profundidad, desde los ojos de Charlotte, de otra manera, desde la
camaradería de tres niñas radicalmente distintas, unidas por el amor al baile y
al género musical.
La Charlotte, princesita de papá.
La Charlotte que se desliza hacia una pubertad desatada, pero que todavía añora
sus querencias infantiles. Esa Charlotte ni muy mala, ni muy buena. La
Charlotte solidaria que recoge abrigos. La Charlotte humana que se preocupa por
el cantante callejero que desaparece de repente de su esquina. La Charlotte aterrada
por el qué dirán, la superficial, la criticona, la imperfecta. Todas ellas, que
se acumulan para constituir a un ser imperfecto, imperfecto como cualquiera,
con matices, con esquinas y rugosidades, lo mismo que ocurre con una persona de
verdad.
Es cierto, me gustó mucho más La lección de August. Pero, ¡cómo la
complementa! Puede resultarme desconcertante que una autora muestre la
existencia insustancial de una niña infantiloide y muy a menudo, irritantemente
ñoña. Claro, Summer, la hippy, la valiente, la independiente, esa es la
modélica, la que no empaña nuestra visión sobre lo que debe ser una mujer. Y
sin embargo, hay muchas más Charlotte por el mundo, en infinitas versiones de
Charlotte, que chicas Summer.
Y ahí está el profundo acierto de
R. J. Palacio. La autora de las iniciales, la del apellido sonoramente hispano.
Una de esas nuevas yanquis. ¿Han caído en la cuenta de que las protagonistas de
las series americanas, de las películas taquilleras, ya no son casi todas rubias,
ni ostentosamente rubias. ¡Hacia un mundo globalizado con menos rubias, con
Barbies negras, chicanas, indias, mulatas, mestizas! O mejor todavía, ¡hacia un
mundo sin Barbies!
R. J. Palacio el otro día estaba
en Barcelona. Podría haber firmado para mí y mis chicos uno de sus libros. La
supongo de gira por Europa. No llego a ese grado de fanatismo literario. Me
lamento más de no haber tenido ocasión de que Ignacio Martínez de Pisón no me
rubricara su más reciente obra, Derecho
natural, que estoy deseando leer. R. J. Palacio. La escritora que se atreve
a decir en voz alta que nos hartamos de usar palabras que los niños no
entienden, la novelista que tiene la convicción necesaria para estructurar su
trama en capítulos breves porque se acercan al mundo adolescente de los impulsos
múltiples, de los toques y de los momentos, de la intensidad y de la
autenticidad. Por eso sus diálogos son tan vivos, frescos, creíbles, porque se
producen entre niños, no entre niños con la voz del autor adulto y con sus
palabras y su discurso.
Me parece que no me voy a
resistir. Leeré alguna otra más de las entregas de esta saga, Wonder, entrañable y valiente. Me
apetece más de ese mundo de August.
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