Mar Blanco Luisa Miñana Antología de poetas Beat
(por Daniel García Arana)
David Mayor Carlos Castán Estela Puyuelo
José Malvís Juan Leyva Alfredo Benedí
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El asesino del vinilo (STI, 2015), de
Alfredo Benedí
¿Un asesino en serie en un escenario que conoces muy bien?
Un psicópata que se mueve por las mismas calles que te has movido tú. Aún más, el oscuro protagonista de esta destacable novela, hace su particular y siniestro recorrido por la noche, por los garitos musicales de la ciudad, una Zaragoza de pijos muy “modennos”, un horizonte urbano que este lector reconoce. El autor va más allá, nos muestra los contrastes entre clases, entre los que apenas tienen y esos otros privilegiados desde la cuna por la posición económica, o por tener la nacionalidad adecuada, o simplemente por encajar con los criterios uniformizadores de una sociedad injusta.
http://fredybenedi.blogspot.com.es/2015/10/los-bares-de-el-asesino-del-vinilo-los.html
Benedí nos trae en esta ocasión a su investigador fetiche, el ahora ya ex-policía Domínguez. Le acompaña, no podía ser de otra manera, su inseparable Yesi. El uno alcohólico, la otra puta. Los dos sacados de la calle, de esa realidad que a menudo nos empeñamos en ignorar que existe. Seres sin remedio, ni necesidad de tenerlo. Y es que, a lo largo de la novela se nos confirma lo vacía que puede estar la existencia de quienes en apariencia viven mejor. El dinero es una circunstancia, se acopla al destino de cada uno, se reviste de ropas y cabello, de dentaduras perfectas y coches de escaparate, pero también de miserias de las que no se puede escapar. Nuestros protagonistas, al menos portan sus límites con dignidad.
La locura nunca es sincera, ni inmediata, ni evidente. Llega seguramente porque en el ánimo desesperanzado de unos genes torcidos, se acumulan mil tensiones adquiridas; porque en el entorno de los que que no están cuerdos, se mide todo en la soledad, en la ruina de unos padres marginales, en el parentesco desarticulado, en aquello en lo que consiste la verdadera pobreza, en remolonear por los vericuetos de los años sumados, sin cariño, sin futuro. Nuestro autor jamás juzga a sus personajes. Son. Tal y como son. Con sus neuras, con sus limitaciones, con su veracidad. Y ya está. Se muevan por el mundo oficial de los medios de comunicación, o por uno de los muchos submundos.
El estilo de Benedí es directo, casi bronco. Si en novelas anteriores el esfuerzo principal se hallaba en reflejar con verosimilitud el lenguaje de los actores de la historia, provenientes de rincones muy lejanos del mundo hispánico, en esta ocasión el peso recae en la narración, más todavía que en el diálogo. Los personajes son creíbles, como sus palabras. Y el narrador opta por lo escueto de las acciones y los nombres. Nada de adjetivos que nada añaden. Frases cortas, como puñetazos. Lo que más se acompasa con el ritmo de persecución de la obra, de esta rotunda cadena de entregas para conformar un serial sobre un hombre práctico. Lo demás, es perder el tiempo.
Sumérjanse en el rumbo torcido de este perdedor lucidísimo, de este impresentable y su rastro y su hedor a humano. El mismo ovillo que no deja salir del laberinto se enreda y se enreda, como lo hacen los moradores de una buena novela de policía y crímenes. Ahí queda el reto.
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Y nada de resistencia pasiva
Llego, una vez más, con mi retraso
habitual, a las novedades literarias. En este caso, al excelente poemario de
Juan Leyva, Caja de resistencia
(Algaida, 2015), XXXIII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz.
Juan es un bien conocido
poetiactivista, un facebookero de la evidencia del poder de las redes, un creador
incansable, un bloguero, un militante convencido de la necesidad de ejercer
nuestro papel movilizador ante el ataque a las libertades y los derechos desde
el poder económico. No rehuye las palabras gruesas, porque atesoran verdades
igual de ciertas, las suyas y las de muchos. No teme decir lo que piensa, pues la
peor censura está en nosotros mismos. Tiene convicciones y las muestra en sus
textos, como en sus actitudes y sus hechos. ¿A que suena a coherente? Lo es.
Juan es un conocido rapsoda de los
del siglo XXI, de slams y altercados, de bares con micrófono abierto, de
encuentros en la insomne ciudad de los amantes de las letras, de los que se
citan en casas abiertas a cualquiera, de esos que se rehacen en cada verso
porque el siguiente poema es ya el penúltimo. Ejerce de catalizador, pone voz a
lo que tantos quisieran expresar y se les escapa, ve, mira, reflexiona,
escribe, piensa. Es uno de nosotros, es de esa generación sin techo de cristal,
a la espera de denominación y género.
Su poemario es así también. Amor
que no es de oídas, repostajes interminables para percibir más si cabe, ese
cansancio que se lleva hasta las palabras, pero palabras que él sabe reunir,
acompasar, hacer que transmitan la única certeza imprescindible, la propia
existencia. Respiramos junto al poeta estos versos que van al mismo ritmo que
su ser, que lo cotidiano, con su olor al día a día, con la malla de lo ordinario y lo extraordinario masajeando
hasta el final las neuronas.
Cansancio
Me cansa hablar con escritores
y poetas
y empresarios constrictor
y empleados dóciles de banca.
Me cansan los discursos
solidarios
y las presentaciones de libros
y los ojos secos del pescado
muerto.
Me cansan los turistas jóvenes
hormonados
y los viejos animados
y sus maletas con ropa limpia
y cargadores de baterías.
Me cansan los escaparates
y la productividad
y toda esa basura creciendo al
3%
Me cansa quedarme sin los
besos
y las caricias en la nalga
que se dan por ahí
mientras esperan en los
semáforos.
Me cansan todas esas
costumbres
de seres primitivos
y atrasados
desconectados del alma humana.
Me cansa pensar que en este
momento, a la misma hora
hay miles de parejas en el
mundo haciendo el amor,
riendo
mientras yo intento escribir
el manual del aparato
eléctrico
para que te ponga
los pelos de punta.
Acabo de leer, hace apenas unas
horas, en la introducción a otro poemario, escrita además por uno de los poetas
más importantes de este país, algo parecido a que la poesía española actual
está recuperando la “libertad expresiva”. Aventuro que lo que en realidad está
detrás de estas palabras un tanto insípidas, es que los creadores hoy están adquiriendo el hábito de decir
algo.
Si en otros momentos lo esencial
era el cómo, ahora es el qué. Lo que no significa en absoluto abandonar el
rigor en favor de la sencillez. Para nada. Se trata más bien de optar por ese
lenguaje puro, cargado de sentido, acudir a lo universal para cualquier tipo de
entendimiento, para todos y cada uno. Y en el camino, olvidarse de la retórica
por la retórica, de los vocablos “epatantes”, de la pretenciosa intelectualidad
y sus códigos excluyentes, esas pesadas alforjas que tanto mal han hecho de cara
al disfrute más amplio de la poesía.
Juan es “ocurrente”. En el mejor
sentido posible de la palabra. En el que podemos rastrear en su traducción al
inglés, en la encendida forma de ejercer ese valor por alguien como Wilde, o
tantos más dentro de una tradición anglosajona. Y entre nosotros, recordaremos
a columnistas de otros tiempos, que se asomaban a una tribuna que en la
actualidad es cibernética, autores que reprendían y testimoniaban, que reían y
hacían llorar, que ejercían esa portavocía ciudadana en nombre de los que
asienten desde el silencio, no necesariamente acomodaticio, del anonimato. Sus
poemas, los de este poemario también, bucean sin falsos respetos en lo
insondable de nuestras identidades en peligro, en la precariedad, en la forma
de inventarnos como hombres, como mujeres, como seres humanos.
Acérquense a Juan. Tiene mucho que
contar. Escúchenle hablar serenamente, al oído del alma.
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En la página del Ateneo Jaqués, reseña del poemario de José Malvís, Replican-test (Amargord, 2015):
http://www.ateneojaques.com/2016/01/este-sabado-encuentro-con-jose-malvis.HTML
?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?
Todos
tenemos una crisálida que quiere estallar
Estela Puyuelo nos convence de ello en su primer poemario, el
excelente Todos los gusanos de seda
(Olifante, Papeles de Trasmoz, 2015), porque la materia prima esencial se encuentra desde luego, en
nosotros mismos.
Me convencen cada vez más los poemarios trabados, concienzudos
con la noción de estilo, complejos en su arquitectura interior, y sencillos en
la superficie. Éste lo es. La alegoría de la que parte se desparrama sin
tapujos a lo largo y ancho de un volumen en el que los poemas son contundentes,
básicos, con los pies en la tierra y el alma en la esencia de nuestra
identidad, motivadores y, ante todo, sugerentes.
Estela Puyuelo escribe con técnica y con sentimiento.
Transmite. Nos remueve, hasta nos zarandea. Nos recuerda que somos nuestros
ancestros, de los que nos nutrimos, que tenemos raíces, pero también que
podemos ser dueños de nuestro destino, y perderlo, y ganarlo.
La poeta nos susurra y nos grita, sabe que la voz no tiene
límites, cuando es genuina, que al armar nuestras conciencias nos hacemos
mariposas, que esas alas que despuntan en nuestra espalda están hechas para
volar.
Me encantan el formato, el color de la portada, las delicadas
ilustraciones que acompañan a los textos. Me confirman que tenemos una deuda
con el planeta, que cada uno de nosotros puede buscar un remedio, aunque nunca
será infalible, para los tantos achaques que lo gripan, y lo enredan.
Todos somos maestros de esa lección que encontramos en los
versos armoniosos, elaborados y sinceros, de Estela Puyuelo. En esa conexión de
espíritu y materia, en esa estrofa de ritmo personal que nos empuja al
infinito, está la verdad. Como polvo de alas impregnándonos, como huella de un
itinerario hacia el origen.
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La mala luz (Destino, 2013), de Carlos Castán
“En el parque de al lado me quedo
mirando un rato a los abuelos que cada tarde juegan a la petanca. No sé si soy
yo o son ellos, pero los veo como doblados por el peso de un dolor que quizá ya
no les correspondería. Vive tanto ahora un ser humano por norma general que
acaba por tragarse muchas más penas de las que le caben, y eso acaba por
notarse en el rostro. Una de las consecuencias de la creciente longevidad del
habitante de las sociedades desarrolladas, en la que por otra parte no suele
pensarse demasiado, es que, contrariamente a como sucedía hace unas pocas
décadas, a los ancianos de hoy les da tiempo a asistir a la devastación de las
vidas de sus hijos, los ven prácticamente envejecer, fracasar, hastiarse de la
lucha. Antes, a la hora de la muerte los hijos eran fuertes todavía, tenían
proyectos, mujeres hermosas, un futuro en apariencia soleado. Ahora es fácil
que un abuelo contemple antes de morir el divorcio de su nieto (lo ve los
domingos sentarse a la mesa en la casa familiar, sin un céntimo, con la camisa
arrugada), mientras que en el mundo de antes éste, por razones de tiempo, no
podía pasar de ser un niño al que ir a buscar a veces al colegio, darle la mano
de regreso a casa y ayudarle a conseguir en el rastrillo los cromos que le
faltaban de su colección de futbolistas. […] Lo que queda ahora, por encima de
la tierra que cubre la sepultura, es un infinito domingo por la tarde, una
bruma de hastío y de derrota. Y es más fácil irse así porque nada acuna tan
bien como el cansancio. Cuesta poco trabajo abandonar una fiesta cuando ya no
quedan chicas, ni bebida, ni música ni fuerzas.”
Carlos Castán se enfrenta a su primera novela, tras publicar previamente
hasta tres libros de relatos: Frío de
vivir (1997), Museo de la soledad
(2000) –que también reseñé en este blog- y Sólo
de lo perdido (2008).
Recupera el autor algo de esa atmósfera pesada y abrumadora
de los relatos, aquí intensificada hasta rozar la crueldad, para componer una
especie de relato más largo, que a su vez se compone de una sucesión de relatos
que con frecuencia tienen hilo propio, léase capítulos.
El protagonista nos lanza sus elucubraciones, prácticamente
nos las arroja, nos participa su personal visión del mundo, a través de
pensamientos que superan la necesidad de mucha narración. Le acecha su pasado,
que queda en buena parte elíptico, pues no parece interesar demasiado, o al
menos no para contarlo, sí para sufrirlo. Un pasado de amor. Su presente es
movedizo, pero también constrictor. Un presente que conduce al amor. Se ha
dejado atrás una etapa, se comparten inquietudes con un vecino amigo, amigo
vecino. Planea la madurez en el entorno vital de alguien que a menudo, tan
apenas se reconoce en el espejo. Y el amor, una vez explorado, acaba siendo
daño.
Si algo me atrae del estilo que voy conociendo de Carlos
Castán, es que me empuja a ese pensamiento tópico del escritor: “esto me
gustaría haberlo escrito yo”. Es una sensación, no necesariamente fundada en
ninguna sesuda revelación, después de efectuar una atentísima lectura, es algo más
naïf. Me seduce el submundo canalla y tierno de sus obras, masculino y frágil,
rebelde sin pancarta, maduro, reticente a cualquier clasificación. No estamos
ante un protagonista simpático, y su amigo lo es menos. La trama es dura, incluso
agria, pero está tan magníficamente narrada, que la grisura de los contornos se
ilumina con una luz que quizá no tenga nada que ver con la mala luz del título,
y aun así, muy intensa.
¿Es Carlos Castán un narrador que escribe a la manera como lo
haría un poeta? Hace tiempo ya que los límites entre géneros se han superado, jugar
con ellos para crear híbridos que ni siquiera parecen tales ya no es ni
transgresor, ni experimental. En realidad, en la novela apenas ocurre nada. Es
más el spleen, el sopor existencial, eso es lo que realmente sucede. Todos
buscamos aunque sea en círculos, algunos buceamos en ese abismo que nos provoca
y nos duele. Los mejores escritores, olvidemos lo formal, vayamos al asunto,
son los que transmiten con sus escritos la tensión principal, desechando los
detalles insignificantes, aunque sea por medio de lo más cotidiano. Leemos sus
páginas, y comprendemos que ese caos no tendrá nunca un sentido más allá del
placer hedonista, intelectual, físico.
En esta novela los personajes hablan, y sobre todo, callan.
Observan, miran alrededor, se hacen preguntas, meditan y cuando no queda otro
remedio, actúan. Hay un punto de locura en bastantes de nuestros actos. Si
reflexionáramos más sobre nuestros impulsos, nos acongojaríamos, tenemos esa
parte instintiva, casi animal, que puja desde la dermis para saltar al cuello
de nuestros miedos. De repente, hemos caído en algo que no esperábamos, hemos
roto con lo que parecía duradero, y hasta lo efímero llega al punto de
provocarnos un vértigo insuperable. Es tarde entonces para darse la vuelta, la
vida, la que respiramos, sigue ahí.
A saber en qué retorcido meandro hallaremos paz, al abordar
nuestro final.
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Conciencia de clase (Prensas de la Universidad de
Zaragoza, 2014), de David Mayor
¿Hasta dónde debe remontarse nuestra conciencia de ser
nosotros mismos? Miramos hacia atrás, y, ¿es nuestra identidad el horizonte que
fue escenario de nuestros recuerdos, desde los más lejanos a lo que vivimos
justo ayer, o también han configurado nuestra mismidad el padre, la madre, como
quienes fueron esenciales en cada momento; pero así mismo, lo que hicimos con
ellos, y lo que aprendimos a su lado?
Llevo un tiempo descubriendo con satisfacción, a medida que
leo más y más poemarios, que un grupo amplio de poetas contemporáneos plantean
su labor creativa de una manera similar, lo que no quiere decir idéntica por
supuesto, a la mía.
Se trata de componer poemas amarrados a lo vital, a la
existencia cotidiana, lo que significa en la práctica estar dispuestos a
incluir los matices más diversos: las lecturas y los referentes culturales
evidentemente, pero también lo social en esta sociedad revenida y decepcionada;
lo del día a día, casi “lo tirado”: los antojos, los apetitos, los caprichos;
lo irreverente y lo fundamental, la noche y el duermevela, lo inapetente y la
esencia, todo en definitiva.
Nada nuevo bajo el cielo, supongo. Y sin embargo, el hacer
poético de David Mayor suena a nuevo, a novedoso, a diferente. Desconfío de
quienes aventuran en la obra de escritores actuales un descuido en lo formal,
un abandono de la métrica de tantos siglos, de las maneras estéticas que
durante tanto tiempo permitieron distinguir la lírica frente a otros géneros.
No lo discuto, quizá porque no me preocupa en absoluto. Me reconozco en esas
líneas de existencia, en esos versos auténticos, en esa rúbrica que me refleja,
y me dice, a mí. Eso también es poesía. Otra poesía (ni revolución, ni
conformismo), otra conciencia de clase.
¿Y si los textos tuvieran límites borrosos? ¿Y si la prosa
fuera una etiqueta prescindible, e
importara más la configuración de un todo poético que empieza y cierra el
círculo como empieza y cierra un alfabeto de sentidos? ¿Y si mañana volvemos a
sentir la necesidad de reconducir nuestras ansias de expresión, y de la misma
manera que cada nueva vanguardia ha abierto una puerta a la exploración y al
auto-reconocimiento, otra retaguardia despliegue a su manera las reglas
imprecisas de este eterno juego de mesa que es la literatura?
Qué mejor respuesta para cualquier pregunta, que la lectura
de uno de los poemas del volumen que nos ocupa:
CASTAÑO OSCURO
Busco en los libros y en las estrellas
nombres perdidos,
mapas, metáforas,
tradición de ardides
que den de más
a este mundo mío
y pongan montañas, fronteras,
colores que expliquen el aquí y ahora
de mi sitio que es cualquier sitio.
Pero hoy, que no respiro sin ser respirado
y una luz débil, pero luz,
ilumina el camino estrecho,
doy con el rastro vivo
que son tus ojos
para que el negro
sea al menos castaño oscuro.
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Los otros aullidos, Antología
de Poesía Beat, (STI Ediciones, 2014) con poemas seleccionados, traducidos
y estudiados por Daniel García Arana.
Se trata de veintidós nombres,
una nómina en la que se hace evidente la “consciente ausencia” de poetas Beat consagrados, como Ginsberg o Corso,
por estar “ampliamente traducidos a nuestra lengua”. Y es que la intención de
nuestro joven estudioso, es de volcar al castellano por primera vez casi todos
los poemas incluidos en su selección. Una lista extensa, también en lo
temporal, desde los primeros veteranos a los integrantes tardíos.
Diane di Prima, Joanne Kyger y
Lenore Kandel son las tres poetas reivindicadas por García Arana en su
antología, salvadas de lo que él mismo considera en su estudio introductorio
una “injusticia”, la que uno de los grandes nombres del movimiento, Gregory
Corso, denunciaba cuando hablaba de cómo en su época las mujeres rebeldes
acababan recluidas, profetizando que algún día alguien las recuperaría, como
así ha sido por fortuna.
Como bien dice nuestro
estudioso-antologuista, parece mentira visto desde nuestros días, que un
colectivo creador que tan entusiastamente defendía el ejercicio de las
libertades, cometiera este agravio con las mujeres. Y no eran tan pocas, se
nombran otras en el estudio: Carolyn Cassady y Joan Burroughs (compañeras
sentimentales de otros grandes del grupo),
Anne Waldman o Susan Brier. Esperemos que algunos avances perduren.
Seguirán existiendo el sexismo, la homofobia, el racismo, pero ya no será
igual.
Hablamos pues de hippies, de
contracultura, de orientalismo (algunos de los autores incluidos en la
antología llegaron a vincularse de manera definitiva con el budismo, otros
coquetearon con lo zen, con esa religión o con el hinduismo, atraídos todos
irresistiblemente por la filosofía del mundo oriental); hablamos también de
“vagabundos del alma”, que se lanzan a la carretera para llegar más allá, más
lejos. Rebeldes, revolucionarios, inconformistas. Poetas o novelistas,
fecundamente influidos por la música, por el jazz, en armónica convivencia con
músicos coetáneos como Bob Dylan, decididos a llevar a otros límites la
expresión.
Como traductor-traidor, quien
ahora nos ocupa admite de una manera modesta, -y desde ese punto de vista muy
valorable, dada su relativa inexperiencia-, haber hecho algunas elecciones
“sensiblemente amateur”. Lo que tiene la edición bilingüe, es precisamente
aportar a quienes podemos hacer la lectura en el idioma original, la opción no
sólo de ejercer de “hypocrite lecteur”, sino también de traductor alternativo y
libre. A pesar de haber encontrado algunas de esas elecciones discutibles,
considero que la traducción realizada alcanza un nivel bastante elevado.
Si la traducción de poesía se ha
considerado siempre una tarea que sobrepasa lo arduo para rondar lo
descabellado, todavía más cuando nos enfrentamos a poemas como los de los
autores Beat, creados a menudo bajo
la influencia de sustancias de diverso cariz, con la intención expresa de crear
un “dialecto” propio, partiendo de una profunda “desafección” y para explorar
“horizontes de sentido”. Todo, dificultades para quienes pretendan trasladar
esos juegos y experimentos a otra lengua. Un valiente cometido que García Arana
asume sin reparos.
Siempre que leo poemas en inglés,
vuelvo a tener la misma sensación: pertenecen a otra cultura de la palabra, a
un ritmo radicalmente distinto, a una forma peculiar y única (como la nuestra
lo es a su vez) de expresión. De ahí que la dicción resulte original y en
ocasiones chocante. Las palabras elegidas, su combinación, los conceptos, los
sobreentendidos, todo nos puede resultar atractivo y al mismo tiempo ajeno.
Los poetas Beat vivieron unas circunstancias bien alejadas de las nuestras.
Fueron seguramente de los que todavía creían a pies juntillas en el cambio, en
la utopía, pues masticaban en su vida diaria la certeza de que el mundo estaba
en sus manos. Nosotros hemos pasado de esa desafección suya a la decepción, ya
no esperamos la llegada de nuevas políticas, ahora tenemos en mente la
necesidad de una regeneración que a menudo ni siquiera se plantea como
probable. Se nos ha caído la esperanza.
Una antología tiene la ventaja de
asomarnos a un número de perspectivas distintas. Siempre habrá alguna que nos
transmita más. La vía Beat fue un
comprometido intento, una huella permanente de creación por parte de unos
autores que querían estar locos, y ansiaban descubrirse cuerdos, al mismo
tiempo también ser ellos mismos. Y a su manera, lo lograron. Echen un vistazo,
vale la pena.
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Ciudades inteligentes, de Luisa
Miñana (Olifante, 2014)
Tengo predilección por los
poemarios bien trabados, que se construyen a partir de una voluntad unitaria y
formalmente homogénea. Como este poemario rabiosamente urbano. De una poeta
trans-versal, trans-media, creadora de obras blog, blogs bitácora, páginas web
y proyectos en red. Una apuesta actual, todavía innovadora.
Llego a las “Ciudades
inteligentes”, previa lectura de su novela “Pan de oro” (Mira, 2006), ante todo
fruto de un concienzudo trabajo de investigación como historiadora del arte,
otra de las muchas facetas de nuestra escritora. Una visión exhaustiva que a
veces abrumaba. Interesaba sobre todo la mayor humanidad del punto de vista de
la segunda mujer del artista de esta ficción, como una de las narradoras. En un
curioso procedimiento “a lo Cide Hamete Benengeli”, con un historiador que
hallaba un “manuscrito de Zaragoza”, unos documentos en los que el amigo del
retablista, personaje central de la trama, o esa segunda esposa más arriba
mencionada, o el hijo -también del gremio- de dicho artesano italiano, nos mostraban
caleidoscópicamente la azarosa biografía del ficcional enemigo del gran
Forment.
La ciudad era el escenario básico,
y es ahora en su poemario, el paisaje cotidiano, el de una inmensa parte de los
habitantes de nuestro planeta. Las urbes suelen merecer nuestra atención como
escritores, aunque lo haga habitualmente fraccionada en los más variopintos
puntos de interés, a partir de las vivencias urbanas más diversas.
Nutrir un poemario con la esencia
de la propia ciudad, con sus escenarios, desde sus perspectivas, a través de
los cristales de sus escaparates, del cemento de sus construcciones, de la
morosidad de las cuentas personales de sus habitantes, es claramente un acierto
de Luisa Miñana.
La ciudad es la más próxima, pero
también la mítica de los recuerdos creados en el mundo audiovisual de nuestras
filias, incluso la remota que en nada se parece a la experimentada en la propia
piel. No importa si la técnica falla o acierta, si la tecnología virtual nos
transmite, nos entrelaza, nos decepciona o nos vence en aparentemente incruenta
batalla. Somos poemas breves o muy breves que nos muestran y nos reflejan, así
como también la realidad aumentada de una prosa poética/poesía prosaica que
fusiona de manera estimulante crónica con lírica.
La sensibilidad de Luisa Miñana
se sube a atalayas urbanas desde las que observar con detenimiento la realidad
cotidiana o escapista, interior o metódica. La poeta acude a esos sensores que
le sirven de prolongación de sí misma, tentáculos que reúnen los datos vitales
y emocionales que le rodean, ese contorno de límites urbanos que constituye la
piel y la carne de su intenso poemario.
¿Cómo de inteligente es una
ciudad inteligente? ¿Inteligente en lo emocional? Tanto como lo sean sus
habitantes. Como ocurre con las personas, la inteligencia es un asunto
complejo, existen tantas inteligencias como seres humanos. Y cada uno aporta su
propio ser inteligente.
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Desnudando la piel de
la noche, de Mar Blanco
¿Por qué la belleza? La autora de
este sensitivo y emocional poemario se declara rendida admiradora de los que buscan
lo estético en la realidad, en lo literario, y también en la vida. Le planteaba
en una ocasión, que en mi opinión, la belleza se puede encontrar a veces en lo que no es hermoso, pero que por alguna razón
nos atrae, como en lo remoto, lo extraño, lo diferente, lo que de forma canónica se ha
instituido (¿injustamente?) como feo, lo duro, lo doloroso, lo inquietante.
¿Debe la poesía ser bella per se?
Mar Blanco construye sus poemas incluso visualmente irradiados desde un centro de gravedad, y a
partir de ahí, las palabras nos transmiten erotismo, algo en nada vulgar, si es
que el erotismo lo es en algún caso. Todos hemos sentido que al desnudar
nuestros cuerpos y nuestros instintos, desnudábamos el alma al mismo tiempo. La
poeta no puede ser más explícita cuando empuja el deseo hasta fabricar ese
orden maravilloso de los versos, cuando pelea con sus miedos, y vence.
La atracción por el otro, la
otredad, los otros, los que son lo que no somos uno mismo, la aventura y la exploración.
Buscar sentido en el placer, en las caricias, en los besos. La acuarelista que
deja fluir visualmente los renglones de su mensaje lanzado al viento, la
psicoterapeuta que cree firmemente en el juego que deshace prejuicios de
género, la comunicadora que no se cansa de traer y llevar la poesía para que
sea la verdadera protagonista. Todas esas Mar Blanco y otras, que seguramente se
me escapan, protagonizan este poemario de pronombres compartidos y
delicadamente expuestos, un libro de sensibilidad contrastadamente epidérmica y profunda.
Terminamos el volumen, y hemos
respirado ese aire de misterio que tanto infunde la poesía. Esa es la belleza,
Mar, la de las letras conspiradas para unir a la poeta y a sus lectores.
Y ahora, un guiño del profesor de Lengua a la hora de
seleccionar uno de los poemas:
Estos son mis tiempos
verbales
cuando te pienso,
Futuro: Te amaré.
Pretérito imperfecto:
Te amaba.
Futuro perfecto: Te
habré amado.
Pretérito
pluscuamperfecto… Te había amado.
El ansia se desliza
sobre el camino de
las caricias
que se enredan con
los sueños
entre la hiedra
impenetrable
que esconde
la avidez de tu
nombre.
He vivido soñándote…
He soñado con
vivirte,
ahora dejo pasar
el cortejo del verbo
en las formas
que te ciñen en el
aire
para arrojarme al
presente inmediato:
Te amo.
No quiero recordar
otras conjugaciones.
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