Más reseñas

A continuación, reseñas de obras de los siguientes autores:


Mar Blanco                      Luisa Miñana                 Antología de poetas Beat
                                                                                (por Daniel García Arana)

David Mayor                    Carlos Castán                Estela Puyuelo

José Malvís                       Juan Leyva                     Alfredo Benedí





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El asesino del vinilo (STI, 2015), de

 Alfredo Benedí






¿Un asesino en serie en un escenario que conoces muy bien?

Un psicópata que se mueve por las mismas calles que te has movido tú. Aún más, el oscuro protagonista de esta destacable novela, hace su particular y siniestro recorrido por la noche, por los garitos musicales de la ciudad, una Zaragoza de pijos muy “modennos”, un horizonte urbano que este lector reconoce. El autor va más allá, nos muestra los contrastes entre clases, entre los que apenas tienen y esos otros privilegiados desde la cuna por la posición económica, o por tener la nacionalidad adecuada, o simplemente por encajar con los criterios uniformizadores de una sociedad injusta.


http://fredybenedi.blogspot.com.es/2015/10/los-bares-de-el-asesino-del-vinilo-los.html



Benedí nos trae en esta ocasión a su investigador fetiche, el ahora ya ex-policía Domínguez. Le acompaña, no podía ser de otra manera, su inseparable Yesi. El uno alcohólico, la otra puta. Los dos sacados de la calle, de esa realidad que a menudo nos empeñamos en ignorar que existe. Seres sin remedio, ni necesidad de tenerlo.  Y es que, a lo largo de la novela se nos confirma lo vacía que puede estar la existencia de quienes en apariencia viven mejor. El dinero es una circunstancia, se acopla al destino de cada uno, se reviste de ropas y cabello, de dentaduras perfectas y coches de escaparate, pero también de miserias de las que no se puede escapar. Nuestros protagonistas, al menos portan sus límites con dignidad.

La locura nunca es sincera, ni inmediata, ni evidente. Llega seguramente porque en el ánimo desesperanzado de unos genes torcidos, se acumulan mil tensiones adquiridas; porque en el entorno de los que que no están cuerdos, se mide todo en la soledad, en la ruina de unos padres marginales, en el parentesco desarticulado, en aquello en lo que consiste la verdadera pobreza, en remolonear por los vericuetos de los años sumados, sin cariño, sin futuro. Nuestro autor jamás juzga a sus personajes. Son. Tal y como son. Con sus neuras, con sus limitaciones, con su veracidad. Y ya está. Se muevan por el mundo oficial de los medios de comunicación, o por uno de los muchos submundos.






El estilo de Benedí es directo, casi bronco. Si en novelas anteriores el esfuerzo principal se hallaba en reflejar con verosimilitud el lenguaje de los actores de la historia, provenientes de rincones muy lejanos del mundo hispánico, en esta ocasión el peso recae en la narración, más todavía que en el diálogo. Los personajes son creíbles, como sus palabras. Y el narrador opta por lo escueto de las acciones y los nombres. Nada de adjetivos que nada añaden. Frases cortas, como puñetazos. Lo que más se acompasa con el ritmo de persecución de la obra, de esta rotunda cadena de entregas para conformar un serial sobre un hombre práctico. Lo demás, es perder el tiempo.

Sumérjanse en el rumbo torcido de este perdedor lucidísimo, de este impresentable y su rastro y su hedor a humano. El  mismo ovillo que no deja salir del laberinto se enreda y se enreda, como lo hacen los moradores de una buena novela de policía y crímenes. Ahí queda el reto.









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Y nada de resistencia pasiva



Llego, una vez más, con mi retraso habitual, a las novedades literarias. En este caso, al excelente poemario de Juan Leyva, Caja de resistencia (Algaida, 2015), XXXIII Premio de Poesía Ciudad de Badajoz.


Juan es un bien conocido poetiactivista, un facebookero de la evidencia del poder de las redes, un creador incansable, un bloguero, un militante convencido de la necesidad de ejercer nuestro papel movilizador ante el ataque a las libertades y los derechos desde el poder económico. No rehuye las palabras gruesas, porque atesoran verdades igual de ciertas, las suyas y las de muchos. No teme decir lo que piensa, pues la peor censura está en nosotros mismos. Tiene convicciones y las muestra en sus textos, como en sus actitudes y sus hechos. ¿A que suena a coherente? Lo es.


Juan es un conocido rapsoda de los del siglo XXI, de slams y altercados, de bares con micrófono abierto, de encuentros en la insomne ciudad de los amantes de las letras, de los que se citan en casas abiertas a cualquiera, de esos que se rehacen en cada verso porque el siguiente poema es ya el penúltimo. Ejerce de catalizador, pone voz a lo que tantos quisieran expresar y se les escapa, ve, mira, reflexiona, escribe, piensa. Es uno de nosotros, es de esa generación sin techo de cristal, a la espera de denominación y género.


Su poemario es así también. Amor que no es de oídas, repostajes interminables para percibir más si cabe, ese cansancio que se lleva hasta las palabras, pero palabras que él sabe reunir, acompasar, hacer que transmitan la única certeza imprescindible, la propia existencia. Respiramos junto al poeta estos versos que van al mismo ritmo que su ser, que lo cotidiano, con su olor al día a día, con la malla de lo  ordinario y lo extraordinario masajeando hasta el final las neuronas.


Cansancio


Me cansa hablar con escritores

y poetas

y empresarios constrictor

y empleados dóciles de banca.

Me cansan los discursos solidarios

y las presentaciones de libros

y los ojos secos del pescado muerto.

Me cansan los turistas jóvenes hormonados

y los viejos animados

y sus maletas con ropa limpia

y cargadores de baterías.

Me cansan los escaparates

y la productividad

y toda esa basura creciendo al 3%


Me cansa quedarme sin los besos

y las caricias en la nalga

que se dan por ahí

mientras esperan en los semáforos.


Me cansan todas esas costumbres

de seres primitivos

y atrasados

desconectados del alma humana.


Me cansa pensar que en este momento, a la misma hora

hay miles de parejas en el mundo haciendo el amor,

            riendo

mientras yo intento escribir

el manual del aparato eléctrico

para que te ponga

los pelos de punta.


Acabo de leer, hace apenas unas horas, en la introducción a otro poemario, escrita además por uno de los poetas más importantes de este país, algo parecido a que la poesía española actual está recuperando la “libertad expresiva”. Aventuro que lo que en realidad está detrás de estas palabras un tanto insípidas, es que los creadores  hoy están adquiriendo el hábito de decir algo.


Si en otros momentos lo esencial era el cómo, ahora es el qué. Lo que no significa en absoluto abandonar el rigor en favor de la sencillez. Para nada. Se trata más bien de optar por ese lenguaje puro, cargado de sentido, acudir a lo universal para cualquier tipo de entendimiento, para todos y cada uno. Y en el camino, olvidarse de la retórica por la retórica, de los vocablos “epatantes”, de la pretenciosa intelectualidad y sus códigos excluyentes, esas pesadas alforjas que tanto mal han hecho de cara al disfrute más amplio de la poesía.


Juan es “ocurrente”. En el mejor sentido posible de la palabra. En el que podemos rastrear en su traducción al inglés, en la encendida forma de ejercer ese valor por alguien como Wilde, o tantos más dentro de una tradición anglosajona. Y entre nosotros, recordaremos a columnistas de otros tiempos, que se asomaban a una tribuna que en la actualidad es cibernética, autores que reprendían y testimoniaban, que reían y hacían llorar, que ejercían esa portavocía ciudadana en nombre de los que asienten desde el silencio, no necesariamente acomodaticio, del anonimato. Sus poemas, los de este poemario también, bucean sin falsos respetos en lo insondable de nuestras identidades en peligro, en la precariedad, en la forma de inventarnos como hombres, como mujeres, como seres humanos.


Acérquense a Juan. Tiene mucho que contar. Escúchenle hablar serenamente, al oído del alma.















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En la página del Ateneo Jaqués, reseña del poemario de José Malvís, Replican-test (Amargord, 2015):







http://www.ateneojaques.com/2016/01/este-sabado-encuentro-con-jose-malvis.HTML








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Todos tenemos una crisálida que quiere estallar



Estela Puyuelo nos convence de ello en su primer poemario, el excelente Todos los gusanos de seda (Olifante, Papeles de Trasmoz, 2015), porque la materia prima esencial se encuentra desde luego, en nosotros mismos.

Me convencen cada vez más los poemarios trabados, concienzudos con la noción de estilo, complejos en su arquitectura interior, y sencillos en la superficie. Éste lo es. La alegoría de la que parte se desparrama sin tapujos a lo largo y ancho de un volumen en el que los poemas son contundentes, básicos, con los pies en la tierra y el alma en la esencia de nuestra identidad, motivadores y, ante todo, sugerentes.

Estela Puyuelo escribe con técnica y con sentimiento. Transmite. Nos remueve, hasta nos zarandea. Nos recuerda que somos nuestros ancestros, de los que nos nutrimos, que tenemos raíces, pero también que podemos ser dueños de nuestro destino, y perderlo, y ganarlo.

La poeta nos susurra y nos grita, sabe que la voz no tiene límites, cuando es genuina, que al armar nuestras conciencias nos hacemos mariposas, que esas alas que despuntan en nuestra espalda están hechas para volar.

Me encantan el formato, el color de la portada, las delicadas ilustraciones que acompañan a los textos. Me confirman que tenemos una deuda con el planeta, que cada uno de nosotros puede buscar un remedio, aunque nunca será infalible, para los tantos achaques que lo gripan, y lo enredan.

Todos somos maestros de esa lección que encontramos en los versos armoniosos, elaborados y sinceros, de Estela Puyuelo. En esa conexión de espíritu y materia, en esa estrofa de ritmo personal que nos empuja al infinito, está la verdad. Como polvo de alas impregnándonos, como huella de un itinerario hacia el origen.








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La mala luz (Destino, 2013), de Carlos Castán


“En el parque de al lado me quedo mirando un rato a los abuelos que cada tarde juegan a la petanca. No sé si soy yo o son ellos, pero los veo como doblados por el peso de un dolor que quizá ya no les correspondería. Vive tanto ahora un ser humano por norma general que acaba por tragarse muchas más penas de las que le caben, y eso acaba por notarse en el rostro. Una de las consecuencias de la creciente longevidad del habitante de las sociedades desarrolladas, en la que por otra parte no suele pensarse demasiado, es que, contrariamente a como sucedía hace unas pocas décadas, a los ancianos de hoy les da tiempo a asistir a la devastación de las vidas de sus hijos, los ven prácticamente envejecer, fracasar, hastiarse de la lucha. Antes, a la hora de la muerte los hijos eran fuertes todavía, tenían proyectos, mujeres hermosas, un futuro en apariencia soleado. Ahora es fácil que un abuelo contemple antes de morir el divorcio de su nieto (lo ve los domingos sentarse a la mesa en la casa familiar, sin un céntimo, con la camisa arrugada), mientras que en el mundo de antes éste, por razones de tiempo, no podía pasar de ser un niño al que ir a buscar a veces al colegio, darle la mano de regreso a casa y ayudarle a conseguir en el rastrillo los cromos que le faltaban de su colección de futbolistas. […] Lo que queda ahora, por encima de la tierra que cubre la sepultura, es un infinito domingo por la tarde, una bruma de hastío y de derrota. Y es más fácil irse así porque nada acuna tan bien como el cansancio. Cuesta poco trabajo abandonar una fiesta cuando ya no quedan chicas, ni bebida, ni música ni fuerzas.”


Carlos Castán se enfrenta a su primera novela, tras publicar previamente hasta tres libros de relatos: Frío de vivir (1997), Museo de la soledad (2000) –que también reseñé en este blog- y Sólo de lo perdido (2008).

Recupera el autor algo de esa atmósfera pesada y abrumadora de los relatos, aquí intensificada hasta rozar la crueldad, para componer una especie de relato más largo, que a su vez se compone de una sucesión de relatos que con frecuencia tienen hilo propio, léase capítulos.

El protagonista nos lanza sus elucubraciones, prácticamente nos las arroja, nos participa su personal visión del mundo, a través de pensamientos que superan la necesidad de mucha narración. Le acecha su pasado, que queda en buena parte elíptico, pues no parece interesar demasiado, o al menos no para contarlo, sí para sufrirlo. Un pasado de amor. Su presente es movedizo, pero también constrictor. Un presente que conduce al amor. Se ha dejado atrás una etapa, se comparten inquietudes con un vecino amigo, amigo vecino. Planea la madurez en el entorno vital de alguien que a menudo, tan apenas se reconoce en el espejo. Y el amor, una vez explorado, acaba siendo daño.

Si algo me atrae del estilo que voy conociendo de Carlos Castán, es que me empuja a ese pensamiento tópico del escritor: “esto me gustaría haberlo escrito yo”. Es una sensación, no necesariamente fundada en ninguna sesuda revelación, después de  efectuar una atentísima lectura, es algo más naïf. Me seduce el submundo canalla y tierno de sus obras, masculino y frágil, rebelde sin pancarta, maduro, reticente a cualquier clasificación. No estamos ante un protagonista simpático, y su amigo lo es menos. La trama es dura, incluso agria, pero está tan magníficamente narrada, que la grisura de los contornos se ilumina con una luz que quizá no tenga nada que ver con la mala luz del título, y aun así, muy intensa.

¿Es Carlos Castán un narrador que escribe a la manera como lo haría un poeta? Hace tiempo ya que los límites entre géneros se han superado, jugar con ellos para crear híbridos que ni siquiera parecen tales ya no es ni transgresor, ni experimental. En realidad, en la novela apenas ocurre nada. Es más el spleen, el sopor existencial, eso es lo que realmente sucede. Todos buscamos aunque sea en círculos, algunos buceamos en ese abismo que nos provoca y nos duele. Los mejores escritores, olvidemos lo formal, vayamos al asunto, son los que transmiten con sus escritos la tensión principal, desechando los detalles insignificantes, aunque sea por medio de lo más cotidiano. Leemos sus páginas, y comprendemos que ese caos no tendrá nunca un sentido más allá del placer hedonista, intelectual, físico.

En esta novela los personajes hablan, y sobre todo, callan. Observan, miran alrededor, se hacen preguntas, meditan y cuando no queda otro remedio, actúan. Hay un punto de locura en bastantes de nuestros actos. Si reflexionáramos más sobre nuestros impulsos, nos acongojaríamos, tenemos esa parte instintiva, casi animal, que puja desde la dermis para saltar al cuello de nuestros miedos. De repente, hemos caído en algo que no esperábamos, hemos roto con lo que parecía duradero, y hasta lo efímero llega al punto de provocarnos un vértigo insuperable. Es tarde entonces para darse la vuelta, la vida, la que respiramos, sigue ahí.

A saber en qué retorcido meandro hallaremos paz, al abordar nuestro final.







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Conciencia de clase (Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2014), de David Mayor










¿Hasta dónde debe remontarse nuestra conciencia de ser nosotros mismos? Miramos hacia atrás, y, ¿es nuestra identidad el horizonte que fue escenario de nuestros recuerdos, desde los más lejanos a lo que vivimos justo ayer, o también han configurado nuestra mismidad el padre, la madre, como quienes fueron esenciales en cada momento; pero así mismo, lo que hicimos con ellos, y lo que aprendimos a su lado?

Llevo un tiempo descubriendo con satisfacción, a medida que leo más y más poemarios, que un grupo amplio de poetas contemporáneos plantean su labor creativa de una manera similar, lo que no quiere decir idéntica por supuesto, a la mía.

Se trata de componer poemas amarrados a lo vital, a la existencia cotidiana, lo que significa en la práctica estar dispuestos a incluir los matices más diversos: las lecturas y los referentes culturales evidentemente, pero también lo social en esta sociedad revenida y decepcionada; lo del día a día, casi “lo tirado”: los antojos, los apetitos, los caprichos; lo irreverente y lo fundamental, la noche y el duermevela, lo inapetente y la esencia, todo en definitiva.

Nada nuevo bajo el cielo, supongo. Y sin embargo, el hacer poético de David Mayor suena a nuevo, a novedoso, a diferente. Desconfío de quienes aventuran en la obra de escritores actuales un descuido en lo formal, un abandono de la métrica de tantos siglos, de las maneras estéticas que durante tanto tiempo permitieron distinguir la lírica frente a otros géneros. No lo discuto, quizá porque no me preocupa en absoluto. Me reconozco en esas líneas de existencia, en esos versos auténticos, en esa rúbrica que me refleja, y me dice, a mí. Eso también es poesía. Otra poesía (ni revolución, ni conformismo), otra conciencia de clase.

¿Y si los textos tuvieran límites borrosos? ¿Y si la prosa fuera una etiqueta prescindible,  e importara más la configuración de un todo poético que empieza y cierra el círculo como empieza y cierra un alfabeto de sentidos? ¿Y si mañana volvemos a sentir la necesidad de reconducir nuestras ansias de expresión, y de la misma manera que cada nueva vanguardia ha abierto una puerta a la exploración y al auto-reconocimiento, otra retaguardia despliegue a su manera las reglas imprecisas de este eterno juego de mesa que es la literatura?


Qué mejor respuesta para cualquier pregunta, que la lectura de uno de los poemas del volumen que nos ocupa:


                  CASTAÑO OSCURO


Busco en los libros y en las estrellas

nombres perdidos,

mapas, metáforas,

tradición de ardides

que den de más

a este mundo mío

y pongan montañas, fronteras,

colores que expliquen el aquí y ahora

de mi sitio que es cualquier sitio.


Pero hoy, que no respiro sin ser respirado

y una luz débil, pero luz,

ilumina el camino estrecho,

doy con el rastro vivo

que son tus ojos

para que el negro

sea al menos castaño oscuro.








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Los otros aullidos, Antología de Poesía Beat, (STI Ediciones, 2014) con poemas seleccionados, traducidos y estudiados por Daniel García Arana.










Se trata de veintidós nombres, una nómina en la que se hace evidente la “consciente ausencia” de poetas Beat consagrados, como Ginsberg o Corso, por estar “ampliamente traducidos a nuestra lengua”. Y es que la intención de nuestro joven estudioso, es de volcar al castellano por primera vez casi todos los poemas incluidos en su selección. Una lista extensa, también en lo temporal, desde los primeros veteranos a los integrantes tardíos.


Diane di Prima, Joanne Kyger y Lenore Kandel son las tres poetas reivindicadas por García Arana en su antología, salvadas de lo que él mismo considera en su estudio introductorio una “injusticia”, la que uno de los grandes nombres del movimiento, Gregory Corso, denunciaba cuando hablaba de cómo en su época las mujeres rebeldes acababan recluidas, profetizando que algún día alguien las recuperaría, como así ha sido por fortuna.


Como bien dice nuestro estudioso-antologuista, parece mentira visto desde nuestros días, que un colectivo creador que tan entusiastamente defendía el ejercicio de las libertades, cometiera este agravio con las mujeres. Y no eran tan pocas, se nombran otras en el estudio: Carolyn Cassady y Joan Burroughs (compañeras sentimentales de otros grandes del grupo),  Anne Waldman o Susan Brier. Esperemos que algunos avances perduren. Seguirán existiendo el sexismo, la homofobia, el racismo, pero ya no será igual.


Hablamos pues de hippies, de contracultura, de orientalismo (algunos de los autores incluidos en la antología llegaron a vincularse de manera definitiva con el budismo, otros coquetearon con lo zen, con esa religión o con el hinduismo, atraídos todos irresistiblemente por la filosofía del mundo oriental); hablamos también de “vagabundos del alma”, que se lanzan a la carretera para llegar más allá, más lejos. Rebeldes, revolucionarios, inconformistas. Poetas o novelistas, fecundamente influidos por la música, por el jazz, en armónica convivencia con músicos coetáneos como Bob Dylan, decididos a llevar a otros límites la expresión.


Como traductor-traidor, quien ahora nos ocupa admite de una manera modesta, -y desde ese punto de vista muy valorable, dada su relativa inexperiencia-, haber hecho algunas elecciones “sensiblemente amateur”. Lo que tiene la edición bilingüe, es precisamente aportar a quienes podemos hacer la lectura en el idioma original, la opción no sólo de ejercer de “hypocrite lecteur”, sino también de traductor alternativo y libre. A pesar de haber encontrado algunas de esas elecciones discutibles, considero que la traducción realizada alcanza un nivel bastante elevado.


Si la traducción de poesía se ha considerado siempre una tarea que sobrepasa lo arduo para rondar lo descabellado, todavía más cuando nos enfrentamos a poemas como los de los autores Beat, creados a menudo bajo la influencia de sustancias de diverso cariz, con la intención expresa de crear un “dialecto” propio, partiendo de una profunda “desafección” y para explorar “horizontes de sentido”. Todo, dificultades para quienes pretendan trasladar esos juegos y experimentos a otra lengua. Un valiente cometido que García Arana asume sin reparos.


Siempre que leo poemas en inglés, vuelvo a tener la misma sensación: pertenecen a otra cultura de la palabra, a un ritmo radicalmente distinto, a una forma peculiar y única (como la nuestra lo es a su vez) de expresión. De ahí que la dicción resulte original y en ocasiones chocante. Las palabras elegidas, su combinación, los conceptos, los sobreentendidos, todo nos puede resultar atractivo y al mismo tiempo ajeno.


Los poetas Beat vivieron unas circunstancias bien alejadas de las nuestras. Fueron seguramente de los que todavía creían a pies juntillas en el cambio, en la utopía, pues masticaban en su vida diaria la certeza de que el mundo estaba en sus manos. Nosotros hemos pasado de esa desafección suya a la decepción, ya no esperamos la llegada de nuevas políticas, ahora tenemos en mente la necesidad de una regeneración que a menudo ni siquiera se plantea como probable. Se nos ha caído la esperanza.


Una antología tiene la ventaja de asomarnos a un número de perspectivas distintas. Siempre habrá alguna que nos transmita más. La vía Beat fue un comprometido intento, una huella permanente de creación por parte de unos autores que querían estar locos, y ansiaban descubrirse cuerdos, al mismo tiempo también ser ellos mismos. Y a su manera, lo lograron. Echen un vistazo, vale la pena.







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Ciudades inteligentes, de Luisa Miñana (Olifante, 2014)








Tengo predilección por los poemarios bien trabados, que se construyen a partir de una voluntad unitaria y formalmente homogénea. Como este poemario rabiosamente urbano. De una poeta trans-versal, trans-media, creadora de obras blog, blogs bitácora, páginas web y proyectos en red. Una apuesta actual, todavía innovadora.


Llego a las “Ciudades inteligentes”, previa lectura de su novela “Pan de oro” (Mira, 2006), ante todo fruto de un concienzudo trabajo de investigación como historiadora del arte, otra de las muchas facetas de nuestra escritora. Una visión exhaustiva que a veces abrumaba. Interesaba sobre todo la mayor humanidad del punto de vista de la segunda mujer del artista de esta ficción, como una de las narradoras. En un curioso procedimiento “a lo Cide Hamete Benengeli”, con un historiador que hallaba un “manuscrito de Zaragoza”, unos documentos en los que el amigo del retablista, personaje central de la trama, o esa segunda esposa más arriba mencionada, o el hijo -también del gremio- de dicho artesano italiano, nos mostraban caleidoscópicamente la azarosa biografía del ficcional enemigo del gran Forment.



La ciudad era el escenario básico, y es ahora en su poemario, el paisaje cotidiano, el de una inmensa parte de los habitantes de nuestro planeta. Las urbes suelen merecer nuestra atención como escritores, aunque lo haga habitualmente fraccionada en los más variopintos puntos de interés, a partir de las vivencias urbanas más diversas.

Nutrir un poemario con la esencia de la propia ciudad, con sus escenarios, desde sus perspectivas, a través de los cristales de sus escaparates, del cemento de sus construcciones, de la morosidad de las cuentas personales de sus habitantes, es claramente un acierto de Luisa Miñana.

La ciudad es la más próxima, pero también la mítica de los recuerdos creados en el mundo audiovisual de nuestras filias, incluso la remota que en nada se parece a la experimentada en la propia piel. No importa si la técnica falla o acierta, si la tecnología virtual nos transmite, nos entrelaza, nos decepciona o nos vence en aparentemente incruenta batalla. Somos poemas breves o muy breves que nos muestran y nos reflejan, así como también la realidad aumentada de una prosa poética/poesía prosaica que fusiona de manera estimulante crónica con lírica.

La sensibilidad de Luisa Miñana se sube a atalayas urbanas desde las que observar con detenimiento la realidad cotidiana o escapista, interior o metódica. La poeta acude a esos sensores que le sirven de prolongación de sí misma, tentáculos que reúnen los datos vitales y emocionales que le rodean, ese contorno de límites urbanos que constituye la piel y la carne de su intenso poemario.

¿Cómo de inteligente es una ciudad inteligente? ¿Inteligente en lo emocional? Tanto como lo sean sus habitantes. Como ocurre con las personas, la inteligencia es un asunto complejo, existen tantas inteligencias como seres humanos. Y cada uno aporta su propio ser inteligente.









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Desnudando la piel de la noche, de Mar Blanco




¿Por qué la belleza? La autora de este sensitivo y emocional poemario se declara rendida admiradora de los que buscan lo estético en la realidad, en lo literario, y también en la vida. Le planteaba en una ocasión, que en mi opinión, la belleza se puede encontrar a veces en lo que no es hermoso, pero que por alguna razón nos atrae, como en lo remoto, lo extraño, lo diferente, lo que de forma canónica se ha instituido (¿injustamente?) como feo, lo duro, lo doloroso, lo inquietante.

¿Debe la poesía ser bella per se? Mar Blanco construye sus poemas incluso visualmente  irradiados desde un centro de gravedad, y a partir de ahí, las palabras nos transmiten erotismo, algo en nada vulgar, si es que el erotismo lo es en algún caso. Todos hemos sentido que al desnudar nuestros cuerpos y nuestros instintos, desnudábamos el alma al mismo tiempo. La poeta no puede ser más explícita cuando empuja el deseo hasta fabricar ese orden maravilloso de los versos, cuando pelea con sus miedos, y vence.

La atracción por el otro, la otredad, los otros, los que son lo que no somos uno mismo, la aventura y la exploración. Buscar sentido en el placer, en las caricias, en los besos. La acuarelista que deja fluir visualmente los renglones de su mensaje lanzado al viento, la psicoterapeuta que cree firmemente en el juego que deshace prejuicios de género, la comunicadora que no se cansa de traer y llevar la poesía para que sea la verdadera protagonista. Todas esas Mar Blanco y otras, que seguramente se me escapan, protagonizan este poemario de pronombres compartidos y delicadamente expuestos, un libro de sensibilidad contrastadamente epidérmica y profunda.

Terminamos el volumen, y hemos respirado ese aire de misterio que tanto infunde la poesía. Esa es la belleza, Mar, la de las letras conspiradas para unir a la poeta y a sus lectores.

Y ahora, un guiño del profesor de Lengua a la hora de seleccionar uno de los poemas:




Estos son mis tiempos verbales

cuando te pienso,

Futuro: Te amaré.

Pretérito imperfecto: Te amaba.

Futuro perfecto: Te habré amado.

Pretérito pluscuamperfecto… Te había amado.

El ansia se desliza

sobre el camino de las caricias

que se enredan con los sueños

entre la hiedra impenetrable

que esconde

la avidez de tu nombre.

He vivido soñándote…

He soñado con vivirte,

ahora dejo pasar

el cortejo del verbo

en las formas

que te ciñen en el aire

para arrojarme al

presente inmediato:

Te amo.

No quiero recordar

otras conjugaciones.



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