jueves, 21 de abril de 2016

Esas paredes vivas, con ojos, y orejas…


Me ha sorprendido Sara Morante. Ya me fascinaron sus ilustraciones para Casa de muñecas (Páginas de espuma, 2012), el volumen de microrrelatos de Patricia Esteban. Eran ilustraciones dignas del ambiente opresivo y sugerente de las historias de la escritora aragonesa. Eran directas y sutiles, redondas y cortantes, magníficas. Ahora presenta La vida de las paredes (Lumen, 2015), un libro inclasificable.



Primero, se reconocen las ilustraciones. En esta ocasión a todo color, pero las hay también con juego de sombras, prácticamente chinesco. Son colores atemporales, abigarrados, como sostenidos en el tiempo, asomados a la vida de unos personajes desgarrados. Y por ahí anda la sorpresa. Algo he escuchado previniendo ante la intrusión de la artista gráfica en el mundo de la narración. ¿Solamente un prejuicio? No, y un error además.

Sara Morante se descubre como una novelista de técnica diestra. No pretende innovar, ni le hace falta. No parece preocuparle ser previsible o no. No lo es. Nos adentramos en el pequeño mundo de un inmueble urbano, pequeño burgués, un pequeñísimo refugio, más bien el asfixiante perímetro para las emociones y secretos de un pequeño grupo de seres, entre la miseria física y la moral, arrebatados por el egoísmo de lo pequeño y la tortura de las pasiones sin espejo, sin remedio.




El conjunto es excelente. La ilustradora se ha recreado. Supongo que asume cada reto del texto de otros como lo que es. ¿Y el desafío de plasmar tu propia trama? Aquí no se trata de crear una novela gráfica. No nos va a aportar una única y completa, por mucho que pueda llegar a ser compleja, una visión definitiva de los personajes, como pueda hacer Paco Roca. No es eso.

En realidad, nos asomamos al agujero del voyeur en la pared, al resquicio que nos ofrece la intimidad de otros, cuando los ángulos son a menudo de limitado alcance. Hemos de suplir con imaginación lo que recorremos en la trama. Y eso que, en el fondo, nos da tregua como autora, pues no siempre todo lo que escribe lo dibuja. Como no siempre todo lo que se quiere decir está tal cual, porque no es necesario, porque no hay razón para que sea así. Al final, acabamos disfrutando de esa libertad lectora, para mirar a nuestro aire, para perdernos a placer en el detalle.

Entren sin miedo en esta nueva casa de muñecas, las de las formas reconocibles del trazo personal de Sara Morante. Atrévanse a mirar sin ser vistos.



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