Me ha sorprendido Sara Morante. Ya me fascinaron sus ilustraciones para Casa de muñecas (Páginas de espuma, 2012), el volumen de microrrelatos de Patricia Esteban. Eran ilustraciones dignas del ambiente opresivo y sugerente de las historias de la escritora aragonesa. Eran directas y sutiles, redondas y cortantes, magníficas. Ahora presenta La vida de las paredes (Lumen, 2015), un libro inclasificable.
Primero, se reconocen las
ilustraciones. En esta ocasión a todo color, pero las hay también con juego de
sombras, prácticamente chinesco. Son colores atemporales, abigarrados, como
sostenidos en el tiempo, asomados a la vida de unos personajes desgarrados. Y
por ahí anda la sorpresa. Algo he escuchado previniendo ante la intrusión de la
artista gráfica en el mundo de la narración. ¿Solamente un prejuicio? No, y un
error además.
Sara Morante se descubre como una
novelista de técnica diestra. No pretende innovar, ni le hace falta. No parece
preocuparle ser previsible o no. No lo es. Nos adentramos en el pequeño mundo
de un inmueble urbano, pequeño burgués, un pequeñísimo refugio, más bien el asfixiante
perímetro para las emociones y secretos de un pequeño grupo de seres, entre la
miseria física y la moral, arrebatados por el egoísmo de lo pequeño y la
tortura de las pasiones sin espejo, sin remedio.
El conjunto es excelente. La
ilustradora se ha recreado. Supongo que asume cada reto del texto de otros como
lo que es. ¿Y el desafío de plasmar tu propia trama? Aquí no se trata de crear
una novela gráfica. No nos va a aportar una única y completa, por mucho que
pueda llegar a ser compleja, una visión definitiva de los personajes, como
pueda hacer Paco Roca. No es eso.
En realidad, nos asomamos al
agujero del voyeur en la pared, al resquicio que nos ofrece la intimidad de
otros, cuando los ángulos son a menudo de limitado alcance. Hemos de suplir con
imaginación lo que recorremos en la trama. Y eso que, en el fondo, nos da
tregua como autora, pues no siempre todo lo que escribe lo dibuja. Como no siempre
todo lo que se quiere decir está tal cual, porque no es necesario, porque no
hay razón para que sea así. Al final, acabamos disfrutando de esa libertad
lectora, para mirar a nuestro aire, para perdernos a placer en el detalle.
Entren sin miedo en esta nueva
casa de muñecas, las de las formas reconocibles del trazo personal de Sara
Morante. Atrévanse a mirar sin ser vistos.
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