Nadie duda de la importancia de
recordar, ni siquiera los cínicos desmemoriados de la ultraderecha de este
estrambótico país nuestro, pero ellos a generales sanguinarios y cuñadísimos. Y
además, uso convencido la fórmula, considero oportuno reivindicar un
patriotismo que no sea patriotero, el de ellos, pues España no es patrimonio de
los de la banderita omnipresente, y mucho menos de los del aguilucho.
Por España, por una tierra mejor
para todos y cada uno, murieron un número desgarradoramente grande de
idealistas y personas coherentes. Se les machacó en cárceles infames y se les
dio el paseo, curas de mal agüero insultaron su dignidad, personajes de
repugnante apego al poder y al abuso de autoridad se estiraron de sus
bigotillos para alcanzar la cota máxima de desprecio al vencido. ¿Y por qué
tendríamos que olvidar? Ni lo hacemos, ni lo vamos a hacer.
¡Qué rotunda sencillez en la
prosa de Dulce Chacón cuando gestó esa conmovedora maravilla de La voz dormida (Santillana, 2002)! A
menudo sobran los vericuetos de una falsa profundidad. Las claves intelectuales
no tienen por qué disfrazarse de académicas. Se trata por cierto, de un
brillante ejercicio de memoria histórica, de recordar a los que algunos
interesadamente olvidaron.
Unos personajes bien planteados,
tan de verdad que se pueden tocar, con cuatro pinceladas que son las
necesarias. Una aproximación a la trama con las acciones que corresponden, que
se atienen a los testimonios, a las pequeñas historias que elaboran la Historia
auténtica, y no la de los volúmenes sesudos y grandilocuentes, no la mentirosa
de los que apenas quieren sino justificar y justificarse. La humanidad de una
lucha, por muy equivocada que estuviera, el batallar de las mujeres que aman, y
de los hombres. En una sociedad prejuiciosa e imperfecta. Entre quienes
entendían de veracidad, de sentimientos nobles, de cariño merecido y sincero.
Lo demás, florituras.
¿Hemos de olvidar esa España de
miseria, también moral, de estraperlo y sinvergüenzas, de cruel venganza, de
analfabetismo? No olvidamos el tesón inconformista de quienes prefirieron
aprender a leer y escribir, de los que no bajaron la cabeza para construir un
mundo más justo, más igualitario. Esta España actual de autocensura, de cerebros
lavados por medios de comunicación embrutecedores y alienantes, de atorrantes
centros de consumo, esta España nos obliga a volver los ojos hacia los
valientes de todos los tiempos, de los rebeldes de todas las épocas, para no
tragar el veneno de los poderosos de siempre, ni sus mentiras rebozadas de
falsa sensatez.
Fueron héroes y heroínas tan
imperfectos como cualquiera. Fueron valientes que temían a la muerte, a dejar a
los suyos, a perder a sus hijos, a renunciar a una vida más tranquila pero también
más falsa. Y sin embargo, muchos y muchas de ellos se lanzaron hacia adelante,
hacia el enemigo, hacia el abismo. Con lágrimas en los ojos, con dudas, con el
temblor de piernas que intentarían disimular, con la seguridad de haber
cometido mil errores, de haberle fallado a sus gentes, de haber intentado todo
con la mejor disponibilidad. No eran de una pieza. Desde el día de hoy los
podemos ver ingenuos, machistas, fanáticas, insensatas. Lo eran algunas,
algunos más que otros, algunas todo, algunos desde la ignorancia, algunas con
convencimiento.
Casi podemos percibir como
susurros las voces de quienes le contaron a Dulce Chacón sobre sus pasos
erráticos, sobre sus desventuras, sobre sus terrores nocturnos, sobre sus
estómagos vacíos, sobre sus corazones llenos de pena. El vuelo de los libres
sobre el firmamento que vigilaba las prisiones españolas, repletas de cada una
de las existencias truncadas. La autora ha sabido reunir todas las piezas para
crear esta trama que recogen tantas, demasiadas vidas. Escuchamos esos susurros
encogidos por el espanto, por ese dolor que se mastica, por ese silencio tras
los disparos. Atendemos a las indicaciones de la narración, directa,
impresionante, preparados desde el principio para la muerte y la supervivencia.
Una hermana que recoge el testigo
vital de su hermana, que entiende que su destino está en ese amor incondicional
que es incapaz de no sentir, de no expresar. ¡Cómo no recordar los ojos azules
de la protagonista, arrasados por unas lágrimas que ya no pueden salir de tanto
vacío que le ha quedado en el alma! Y en el fondo de ese pozo de la Historia
reciente de esta nación peregrina y acogotada, el eco de las noches en vela, la
congoja de los que ganaron y perdieron, de los que perdieron y ganaron, de
todas las viudas, de todas las víctimas.
Recordar para sentir el color de
un calendario con la hoja fijada en un ayer sangriento. Recordar para entender,
para no entender, para superar tanta desdicha, tanta mala entraña, tanta
bofetada en la cara de un viento que no amaina.