Llegué por ese azar del Facebook, a la página que la
escritora Elvira Lindo tiene en esta red social. En su entrada más reciente,
comentaba un artículo que acababa de publicar. Era una defensa que en ese
momento de repentino (y en mi opinión, lo admito sin problemas, completamente
injustificado) entusiasmo republicanista, me pareció no sólo razonable sino
también ecuánime, de la figura del nuevo rey Felipe. Me lo pareció hasta que
leyendo los comentarios realizados a su entrada, me encontré con un/a airado/a
comentarista que le recordaba que sí había compartido mantel con el entonces
príncipe, y además en su propio palacio. Fue el revulsivo que yo necesitaba…
Me he planteado lo que empuja a un intelectual a convertirse
en un paniaguado, en un servil correveidile del poder. Elvira Lindo y su marido
han flirteado y coqueteado con los que en su momento tuvieron autoridad, y finalmente
sucumbieron sin reparos al canto de sirena del poder. El uno aceptó un alto
cargo cultural. La otra admitió la portavocía de lo políticamente correcto
desde sus columnas en un importantísimo medio de comunicación entonces
descaradamente favorable a quienes mandaban en el país. Sus columnas me
parecieron nauseabundamente complacientes con los “suyos”, por no añadir ese
tufillo “progre chic” que admitía como modélico que supuestos intelectuales de
izquierda se regodearan de su superior situación económica para pasar por la
cara de sus paletos y empobrecidos lectores un consumismo descarado y elitista.
Por supuesto que a veces cuesta asumir los propios actos.
Especialmente, cuando tus amigos y el resto de personas integrantes de tu
entorno comparten gustos incoherentes y pasiones erróneas. El “despiporre” fue a
más, no tuvo ningún empacho en publicar una especie de dietario de su estancia
a cuerpo de rey en la “Gran Manzana”. Esa desfachatez con la que reconocía sus
privilegios, así como el “gustirrinín” que le producían sus hábitos escandalosamente
caros, estoy convencido de que a quienes leíamos sus atorrantes crónicas con
cierto espíritu crítico, nos dejaban entre indignados y desconcertados.
No terminaré sin embargo, esta reflexión sin manifestar mi admiración
por la autora de “El otro barrio”, por la creadora de las impagables aventuras
de ese personaje que ya es un clásico de la literatura infantil, y qué
demonios, de la literatura sin etiquetas, el gran Manolito Gafotas. En
ocasiones, hasta la magia del estilo me ha hecho superar el “pedorrismo” de una
por otra parte, magnífica observadora de nuestra realidad. Ha demostrado
sobradamente esto último también en algunos de sus excelentes guiones para
cine.
De alguna manera, esa admiración únicamente en apariencia
contradictoria, me hace plantearme lo nocivo que puede ser alcanzar el estatus
de “escritor laureado”, de entrar en la nómina de “quienes cuentan”, de pasar a
ser de los “imprescindibles” para esos “gurús culturales” que tanto discriminan
la verdad respecto a lo que verdaderamente importa, que tanto daño hacen con su
cortedad de miras y su manía por sacralizar lo que no son sino modas, y lo que
es peor, sus propios gustos nada más.
Y todo, porque la pobre Elvira saboreó algún plato insulso,
pero insuperablemente “nouvelle cuisine” con doña Letizia con zeta, y el “sobradamente
preparado”. Algunos no tenemos nada mejor que hacer que pensar por nuestra
cuenta. Peligroso...