domingo, 20 de julio de 2014

De coherencia, cohesión y otras veleidades varias...


Llegué por ese azar del Facebook, a la página que la escritora Elvira Lindo tiene en esta red social. En su entrada más reciente, comentaba un artículo que acababa de publicar. Era una defensa que en ese momento de repentino (y en mi opinión, lo admito sin problemas, completamente injustificado) entusiasmo republicanista, me pareció no sólo razonable sino también ecuánime, de la figura del nuevo rey Felipe. Me lo pareció hasta que leyendo los comentarios realizados a su entrada, me encontré con un/a airado/a comentarista que le recordaba que sí había compartido mantel con el entonces príncipe, y además en su propio palacio. Fue el revulsivo que yo necesitaba…

Me he planteado lo que empuja a un intelectual a convertirse en un paniaguado, en un servil correveidile del poder. Elvira Lindo y su marido han flirteado y coqueteado con los que en su momento tuvieron autoridad, y finalmente sucumbieron sin reparos al canto de sirena del poder. El uno aceptó un alto cargo cultural. La otra admitió la portavocía de lo políticamente correcto desde sus columnas en un importantísimo medio de comunicación entonces descaradamente favorable a quienes mandaban en el país. Sus columnas me parecieron nauseabundamente complacientes con los “suyos”, por no añadir ese tufillo “progre chic” que admitía como modélico que supuestos intelectuales de izquierda se regodearan de su superior situación económica para pasar por la cara de sus paletos y empobrecidos lectores un consumismo descarado y elitista.

Por supuesto que a veces cuesta asumir los propios actos. Especialmente, cuando tus amigos y el resto de personas integrantes de tu entorno comparten gustos incoherentes y pasiones erróneas. El “despiporre” fue a más, no tuvo ningún empacho en publicar una especie de dietario de su estancia a cuerpo de rey en la “Gran Manzana”. Esa desfachatez con la que reconocía sus privilegios, así como el “gustirrinín” que le producían sus hábitos escandalosamente caros, estoy convencido de que a quienes leíamos sus atorrantes crónicas con cierto espíritu crítico, nos dejaban entre indignados y desconcertados.
 
 

No terminaré sin embargo, esta reflexión sin manifestar mi admiración por la autora de “El otro barrio”, por la creadora de las impagables aventuras de ese personaje que ya es un clásico de la literatura infantil, y qué demonios, de la literatura sin etiquetas, el gran Manolito Gafotas. En ocasiones, hasta la magia del estilo me ha hecho superar el “pedorrismo” de una por otra parte, magnífica observadora de nuestra realidad. Ha demostrado sobradamente esto último también en algunos de sus excelentes guiones para cine.

De alguna manera, esa admiración únicamente en apariencia contradictoria, me hace plantearme lo nocivo que puede ser alcanzar el estatus de “escritor laureado”, de entrar en la nómina de “quienes cuentan”, de pasar a ser de los “imprescindibles” para esos “gurús culturales” que tanto discriminan la verdad respecto a lo que verdaderamente importa, que tanto daño hacen con su cortedad de miras y su manía por sacralizar lo que no son sino modas, y lo que es peor, sus propios gustos nada más.

 

Y todo, porque la pobre Elvira saboreó algún plato insulso, pero insuperablemente “nouvelle cuisine” con doña Letizia con zeta, y el “sobradamente preparado”. Algunos no tenemos nada mejor que hacer que pensar por nuestra cuenta. Peligroso...





 

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