Reciente en nuestras retinas la
confirmación de que los seres humanos tropezamos no dos, sino innumerables veces
con la misma piedra de la corrupción, de la casta, de la desfachatez de los que
recortan derechos y se presentan como salvadores de la patria, el valiente
poemario de Marta Navarro, Vietnam bajo
la cama (Amargord, 2015), se hace poco menos que visionario e imprescindible.
Sumérjanse en las páginas de este
volumen que vuela por el océano de olas sonoras de Irlanda y por semejantes
horizontes lejanos, pero que se mantiene al mismo tiempo, pegado y bien pegado
a la realidad cotidiana de nuestros desamores, de nuestra sociedad errabunda y
desnortada. Se trata de literatura comprometida.
Y algunos se preguntarán si tal
cosa todavía existe. Miren, admiradores de la diferencia entre nuevos y viejos
idearios, desde aquí me declaro insumiso a esta moda, reniego de la caducidad
de nada que defienda la dignidad de las personas, que sostenga que hay quienes
someten a otros, que unos pocos viven en el lujo a costa de la miseria de un
gran número de sus congéneres, llamémoslo conciencia de clase, izquierdas
frente derechas, o simplemente, quedémonos con la esencia de la brutal y
desmedida avaricia de ricos y poderosos.
“Una democracia
llena
de pájaros de hojalata.
Nos vendimos lentamente
y
por nada.”
Este libro es lo que ya he
expuesto, todo y mucho más. Nos habla sin pudor de las razones peregrinas,
antojadizas, libérrimas, e incluso apabullantes que empujan a escribir.
Encontramos poesía que parece prosa, prosa que se antoja lírica. Una empleada
del mes, la transición de las lagartijas, un ministro “comodiosmanda”,
revueltas sobre uno mismo para hallar respuestas, o más preguntas. Recuerdos de
Ohio, desde este nuestro otro Ohio, certero y puñetero como él solo, desolador
e inquieto, somardón.
Cómo le entendemos los que
también hemos tenido que olvidar retazos enormes de infancia para ser
felices. Cómo fluye este discurso,
coherente de miradas de humanidad a los otros, y a los otros otros, los
animales sufrientes. Marta Navarro depura estilo mientras nos lanza a las
chicas guerrilleras, al cuello de la estupidez y el prejuicio sexista,
desollando la estrechez de miras, levantando la voz lo que haga falta, y eso
que no es sino de cuando en cuando, porque las palabras bien elegidas se acoplan
las unas con las otras para crear la magnífica construcción del Vietnam de la
autora.
“Tú y yo tenemos una conversación
pendiente. Una conversación sin diplomáticos ni obreros del metal, sin el miedo
acumulado de los mataderos, sin psicoanalistas de bosques, sin menús de verano,
sin la crueldad de los matadores, sin el silencio de los cobardes. Te ofrezco
la eternidad y un día para comernos este miércoles regalo del dios Neptuno.
Llámame y empezaremos de nuevo.”
Pues eso. Quede dicho, Marta
Navarro, escuchen o no.
Querido Juan José, en este día frío y austero, abrir el ordenador y encontrarme tu texto es como un bálsamo para las cicatrices.
ResponderEliminarMuchas, muchas gracias.
Un beso
Que bonito lo que dices y que razón tienes, es un privilegio tenerte de amigo.
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