jueves, 25 de junio de 2015

Yo me edito, tú te editas, ella se edita…


 

Leía no hace mucho, en el estado en Facebook de un conocido escritor, lo que constituía una más de sus muchas invectivas, en este caso dedicada a los libros publicados en la modalidad de autoedición. Nuestro autor no ahorraba palabras bruscas para convencernos del agravio a la humanidad que esta práctica supone. Merece algunas reflexiones, sin duda.

No creo que con esta nefanda actividad se gaste más papel que el que las numerosas administraciones públicas de este país desperdician todos los días. El crimen ambiental es mayor en el caso de otros muchos delincuentes arrasa-bosques.

No todos los grandes autores, los del canon, los indiscutibles, lograron el éxito inmediato. Varios de los nombres más sonoros murieron en la miseria, y en el más profundo desconocimiento por parte de sus contemporáneos. Seguramente la autoedición de cualquiera de sus obras no habría, siquiera un poco, paliado esta situación, pero tampoco la habría agravado.

Los que se “autoeditan” no suelen tener repercusión alguna con sus libros. Hasta ahí queda limitado el daño, su tropelía. Si les leen unos cuantos amigos, unos pocos conocidos, y de reojo, hasta el editor, y con esta hazaña se sienten satisfechos, ¿a quién demonios hacen mal, señor escritor famoso y retorcido? No se muerda la ponzoñosa lengua, sería fatal.
 
 
 

Aprecio cuando mis alumnos tienen la autoestima alta. A mí mismo me habría gustado tener más confianza en este ser humano que soy yo, cuando tenía su edad. Creer en que el éxito llegará, y tener la seguridad de haber escrito algo imprescindible que más tarde o más temprano te publicarán, es muy loable. Ojalá le ocurriera a todos los que escriben. No es así, y no veo necesario que los editores a los que hacen llegar sus manuscritos les escriban largas cartas, misivas crueles en las que se enumeren los despropósitos cometidos en esos engendros que debieran permanecer inéditos para bienestar general, liberados todos de lo que maquinan esos escritorcillos desechables.

Al final, supongo que es verdad que a cada literato lo coloca la Historia en su sitio, aunque la lista de mediocres con un espacio en los libros de texto es demasiado larga. Genios, oiga, pocos. Los demás, escribidores con cierto talento, con obras discutibles, con alguna de considerable interés. Triunfar en un momento dado, halaga a quien lo hace, pero no le asegura un puesto en el Parnaso. Es todo mucho más relativo que los alegatos incendiarios (y repletos de mala baba) del buen señor al que me he estado refiriendo desde el principio. Quien lo sabe, lo reconoce.

Llévenle la contraria a gusto, ¡a editarse, a gozar, a hacer lo que pide el cuerpo! Que de estrecheces mentales, fanatismos varios, grisuras calvinistas, ya está demasiado lleno el mundo.

 

 

 

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