Leía no hace mucho, en el estado en Facebook de un conocido
escritor, lo que constituía una más de sus muchas invectivas, en este caso
dedicada a los libros publicados en la modalidad de autoedición. Nuestro autor
no ahorraba palabras bruscas para convencernos del agravio a la humanidad que
esta práctica supone. Merece algunas reflexiones, sin duda.
No creo que con esta nefanda actividad se gaste más papel que
el que las numerosas administraciones públicas de este país desperdician todos
los días. El crimen ambiental es mayor en el caso de otros muchos delincuentes arrasa-bosques.
No todos los grandes autores, los del canon, los
indiscutibles, lograron el éxito inmediato. Varios de los nombres más sonoros
murieron en la miseria, y en el más profundo desconocimiento por parte de sus
contemporáneos. Seguramente la autoedición de cualquiera de sus obras no habría,
siquiera un poco, paliado esta situación, pero tampoco la habría agravado.
Los que se “autoeditan” no suelen tener repercusión alguna
con sus libros. Hasta ahí queda limitado el daño, su tropelía. Si les leen unos
cuantos amigos, unos pocos conocidos, y de reojo, hasta el editor, y con esta
hazaña se sienten satisfechos, ¿a quién demonios hacen mal, señor escritor
famoso y retorcido? No se muerda la ponzoñosa lengua, sería fatal.
Aprecio cuando mis alumnos tienen la autoestima alta. A mí
mismo me habría gustado tener más confianza en este ser humano que soy yo,
cuando tenía su edad. Creer en que el éxito llegará, y tener la seguridad de
haber escrito algo imprescindible que más tarde o más temprano te publicarán,
es muy loable. Ojalá le ocurriera a todos los que escriben. No es así, y no veo
necesario que los editores a los que hacen llegar sus manuscritos les escriban
largas cartas, misivas crueles en las que se enumeren los despropósitos
cometidos en esos engendros que debieran permanecer inéditos para bienestar general,
liberados todos de lo que maquinan esos escritorcillos desechables.
Al final, supongo que es verdad que a cada literato lo coloca
la Historia en su sitio, aunque la lista de mediocres con un espacio en los
libros de texto es demasiado larga. Genios, oiga, pocos. Los demás,
escribidores con cierto talento, con obras discutibles, con alguna de
considerable interés. Triunfar en un momento dado, halaga a quien lo hace, pero
no le asegura un puesto en el Parnaso. Es todo mucho más relativo que los
alegatos incendiarios (y repletos de mala baba) del buen señor al que me he
estado refiriendo desde el principio. Quien lo sabe, lo reconoce.
Llévenle la contraria a gusto, ¡a editarse, a gozar, a hacer
lo que pide el cuerpo! Que de estrecheces mentales, fanatismos varios, grisuras
calvinistas, ya está demasiado lleno el mundo.
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