La ciudad desnuda (Cordelería ilustrada, 2013/revisión
en 2015 por el Ateneo Jaqués), de Marcos Callau, fue editada por esos héroes (de
nombre Víctor Manuel Guíu, David Gímenez Alonso y Sergio Grao), sí, héroes de
la edición minúscula y mayúscula, que fácilmente pasará desapercibida, por
varias razones: porque se hace desde la “remota” provincia de Teruel, más en concreto
desde Híjar; en segundo lugar, por no tener el “caché” de una gran editorial,
por no estar en las grandes tiendas, ni contar con los más grandes autores, por
apostar fuerte por la poesía.
El poeta, también turolense, vaya, ¡quién lo iba a decir, la
especie en extinción cunde mucho más de lo que se podía esperar!, ¡Teruel
existe! (y por mucho tiempo, por favor), el poeta turolense decía, Mario Ropero
Hinojosa, ha calificado a esta valiente iniciativa cultural de “editorial low
cost”, con toda la intención reivindicativa, seguro. Y desde aquí muestro mi
admiración por todas las “low cost”, las de la cultura sin medios económicos y
con toda la creatividad del mundo, las de la expresión libre a precio simbólico,
definitivamente todas las que ha habido y habrá, para ensanchar los horizontes
sin llegar más lejos que el espacio que llena la propia dignidad.
La ciudad desnuda de Marcos Callau es la que se desviste en las alcantarillas,
también la que se asoma desde el cubo de basura, o se oculta en el enigmático
guiño de unos semáforos, por supuesto deslumbra con los efectos de la luz que
proporcionan las farolas, e incluso puede ser lo que busca un zahorí entre el
paisaje urbano borroso, a cubierto de los aspersores más madrugadores.
Cualquier rincón de una metrópoli es altamente probable que resulte un páramo
desolado, y que así mismo luzca en su rostro dolorido las ojeras profundas de
un amanecer repleto y desbordado por lo cotidiano.
La ciudad de nuestro poeta es el horizonte que define una buena canción, el
jazz en la emoción de transportarse a todos los momentos vividos con el asfalto
como santo y seña. Es pasar la noche en el duermevela artístico de los bohemios,
recibir el día en la calle, contemplar con hastío e incertidumbre nuestro
reflejo absurdamente abstemio en los cristales, en las lunas, de los
escaparates. Vamos saltando con los textos de este poemario, vamos jugando a
estar vivos, vamos recobrando el sentido de las palabras que nunca lo perderán.
Cuelguen de su pinza este excelente ejemplar de literatura de
cordel, que nos ofrecen Marcos Callau y la Cordelería ilustrada, y más
adelante, otro, y otro, y otro.