Un encuentro de escritoras aragonesas, con el nombre en
aragonés de la flor y el color: violeta. Y todavía se hacen necesarias
aventuras violetas.
Mientras Visor y otros muchos sexistas, incluidos los que no levantan
cabeza para no salirse de la foto oficial, consideren mal o desconsideren a las autoras
que por cosas del azar biológico nacieron con el sexo femenino, o para el caso,
los y las que las nacieron trans, harán falta encuentros violetas. Mientras los
libros de texto desplacen a las escritoras por el hecho de tener nombre de
mujer. Mientras los concursos, los reconocimientos, las plazas en las
Academias, los premios, los sigan acaparando hombres. Mientras.
Y no debería haber nada que discutir en cualquier caso, pues nadie
les discute a los cardiólogos si tienen,
o no tienen, si tiene sentido o no tiene ninguno, que celebren un encuentro anual, patrocinado además
por alguna poderosa farmacéutica. Pues eso.
Ocho años de encuentros “brioleta” en ese verdaderamente idílico
rincón del Pirineo, Yésero. Narradoras, poetas, ensayistas, artistas.
Compartiendo voces, experiencias, inquietudes, en el marco de un acontecimiento
multidisciplinar, con teatro en la mochila, con exposiciones fotográficas,
plásticas; y talleres de animación a la lectura, y la posibilidad de comprar
libros, y de disfrutar de la gastronomía, y perderse en ese paisaje maravilloso
para reconocer horizontes más amplios y más auténticos.
Para alegrarse de la (asombrosa, no lo duden, en esta
comunidad autónoma, lo efímero parece formar parte de todo lo que huela a
cultura, es cosa de que a los políticos se les elija para cuatro años, lo que
va más allá les suena a predicción milenarista, no les interesa en absoluto), para
felicitarse por la, decía, longevidad de este encuentro, para celebrarla, se
edita un volumen de relatos con el mismo título que el encuentro (Pregunta Ediciones, 2015), con historias
creadas por ocho de las escritoras que han participado en él a lo largo de su
ya intensa historia.
En aragonés están los chispeantes y brevísimos relatos de Elena
Gusano, también la historia de amores trágicos y accidentados, cuya autora es María
Pilar Benítez. Tenemos unos originales viejos comiendo sopas envenenadas,
inspirados por un famoso grabado de Goya, y creados por Lourdes Aso. Chusa
Garcés no se conforma con contarnos las desventuras de un escritor enamorado,
lo sitúa en el escenario de las aspiraciones, las decepciones y los miedos de
una generación de literatos.
Por su parte, Blanca Langa hace una divertida (y también
socarrona, y dolorosa) inmersión en el género negro, con una valiente mujer que
se la juega sin dudar. Angélica Morales plantea los momentos posteriores a la
muerte de un ser querido, con la acumulación de sentimientos y recuerdos, añadidos
inevitablemente a la cotidianeidad más convencional y desgarradora. Marta
Navarro muestra el giro que puede recomponer una trama cuando lo que parecía un
castigo, se convierte en un premio. Finalmente, Almudena Vidorreta nos hace
llegar su personal crónica, la de una escritora aragonesa en Nueva York, a
partir de todo lo que puede coleccionarse, y principalmente de visiones de la
gran urbe y de sus habitantes.
Mujeres que hablan por la boca de hombres, y de mujeres.
Hombres de ficción que rescatan a mujeres que ya no están. Poetas que también
escriben relatos. Narradoras que se desnudan en las palabras que nos guían por
el mundo que han creado. Memoria de tiempos que se han ido, o que se han
quedado, porque siguen generando emociones. Escritoras que se aferran
heroicamente a la lengua que escucharon hablar desde que eran niñas. Sueños
interpretados e interpretables, reconocimientos, identidades truncadas. Todo en
este coqueto, en este delicioso volumen de relatos. No se lo pierdan.
Las mujeres somos todas mujeres, no existe ninguna cosa que nos distinga, a parte de nuestros rasgos físicos, pero todas somos personas, que no se le olvide a nadie, que en este mundo los malos no llevan letrero, los asesinos tampoco, la gente buena tampoco, así que mejor que todos esos trasnochados se dejen de etiquetar a las personas, no somos cosas, por lo tanto no necesitamos ninguna etiqueta encima, no llevo ningún cartel que ponga soy heterosexual y calzo un 39-40, porque ya puestos, quizás es importante saber el número de zapato que calzamos.
ResponderEliminarSin etiquetas, dejando en el suelo la huella correspondiente al pie de cada uno, sin letreros, seres que sienten y piensan, todos, todas.
ResponderEliminarGracias, Juan José, por esta reseña tan guapa.
ResponderEliminarUn abrazo,
Marta Navarro