martes, 6 de octubre de 2015

Y de Grecia también nos llega su cultura, y no sólo malas noticias


La asociación cultural Heleno-Aragonesa Pansélinos ha hecho posible la edición del libro del autor Yannis Adamis, “El proyecto” (STI, 2015), en una traducción de Isaac Gómez Laguna y con un atractivo diseño de cubierta por Petros Bouloubasis.








El texto de Adamis, uno inclasificable, que reúne lo que aparentan ser relatos y tiene la dinámica de una novela corta, está lleno de surrealismo. Me ha recordado a la inteligencia desbordada de cartas que me escribió hace mucho tiempo un gran amigo de esa época, de una elocuencia sabia y precisa, con mil referencias culturales inmersas en el mar de una escritura fresca. No siempre estaba seguro de entender, ni me importaba hacerlo o no. Apreciaba más la perfección del estilo, la creatividad a raudales.

En esto mismo me he quedado al terminar de leer esta obra con gatos, vendedores de lotería, una ciudad omnipresente, y creo pensar que con esta Grecia doliente de hoy día, y en permanente crisis, amago de esa sociedad que a todos marcó, vendida al mejor postor –el carente de todo escrúpulo-, la de los noticieros, la que sufren día a día nuestros hermanos griegos. Y aviso para navegantes, lo que a otros ocurre, también podría ocurrirnos.

¿Cuántos autores griegos conozco? Consulto “San Google”. Quien más quien menos fardará de haber leído a Kavafis. Apenas he leído algunos de sus poemas. El novelista de “La última tentación de Cristo” se llamaba Nikos Kazantzakis. La otra película, que no libro, que a muchos  nos dice algo es “Zorba el griego”, y se basó en una novela de ese mismo autor.  Las novelas policiacas de Petros Márkaris han tenido una más que considerable repercusión en nuestro país, todavía no me he acercado a ninguna, me lo apunto como deberes.

¿Y sus dos premios Nóbel de Literatura? Giorgos Seferis y Odysseas Elytis. El primero hace sonar alguna lejana campana, el segundo tiene un nombre de pila muy literario, y poco más. Para ahondar en la injusticia cultural de esta supuesta globalización, que en realidad es internacionalización de lo yanqui, uno de los más importantes autores contemporáneos de nuestro vecino país, Nikos Poulantzas, trató en uno de sus libros tema español, “La crisis de las dictaduras: Portugal, Grecia, España”. Mea culpa. No tenía ni idea.

Aparte de Ismail Kadaré, ni remoto conocimiento de lo que se haya podido cocer en la literatura albanesa. Y en el resto de la órbita mediterránea, fuera de las potencias culturales, el turco Orhan Pamuk (me encantó su visión de Estambul, como la ciudad misma, fronteriza entre continentes; a Yasar Kemal, no tengo el gusto), el egipcio Naguib Mahfouz (intenso aroma a zoco y rampante homofobia, una historia que me cautivó; ¿aquí también cuenta Kavafis?, ¿o su Alejandría era como la Praga de Kafka? Más fascinante si cabe, otro de esos fronterizos) Quizá me olvide de algún serbio, de algún croata que no relaciono con cierta lectura lejana. Estoy leyendo en estos días a un autor argelino. Algo es algo.

¿Tienen la culpa las editoriales que no se atreven con los autores en lenguas periféricas, minoritarias? ¿O nosotros, que sucumbimos a los gustos precocinados, a las sugerencias previsibles, a lo fácil? ¿O nadie? Merecería la pena tener algo de curiosidad por las culturas alejadas de la nuestra, de la que nos inculcan desde la tele, desde los medios, desde las redes sociales. Sería al menos enriquecedor.

Pero no nos engañemos, el remoto escritor tunecino lo tiene muy complicado. Tiene un nombre imposible, nos habla de asuntos que como mínimo nos son ajenos (o así nos lo parecen), no tiene agentes literarios en donde toman las decisiones del canon, y ese bárbaro de Bloom, fanáticamente “proanglo”, jamás llegará a tenerlo en cuenta; es en suma, un insignificante autorcillo que se expresa en una lengua ignorada. Para conseguir la “ansiada repercusión” tendrá que exiliarse culturalmente, en París, en Londres, renegar de sí mismo y al mismo tiempo hacerse autobombo como auténtico representante de su “excepción cultural”, maniatarse y desnaturalizarse. Indignante.

Las malas noticias se borran con el gozoso aventurarse en la obra de un autor griego. En su escritura está la misma esperanza que nadie podrá borrar del rostro de todo un pueblo.




 

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