O más inteligente que el idiota
que la encandiló, y que el que abusaba de ella, y aquel otro que pasaba por
allí y ocupó un espacio intangible en su existencia. Y miren que por la foto de
la cubierta, Dorothy Parker por tener, no parecía tener una cabellera de diosa
vikinga. El libro es suyo, Una rubia
imponente (Nórdica, 2013), acompañando (o más bien creando una narración
propia al reflejo de un espejo gráfico) su texto las muy imponentes
ilustraciones de Elisa Arguilé, premio nacional de ilustración.
Ayer mismo tuve que escuchar el
siempre bienintencionado comentario del lector hombre sobre la escritora mujer.
A mi “escribe bien”, un “sí, escribe sencillo, tan fácil”. Y yo vuelta a
repetir sus dotes de escritora, y el buen señor a argumentar lo fácil y
sencilla que era de entender. ¡Qué confusión, amigas retardadas y amigos
aleccionadores! ¡Con lo difícil que es convertir lo complejo en asequible, en
cotidiano, en manejable, en auténtico! A menudo me he planteado lo que anda
detrás de mucho sesudo “épater les bourgeois”: me temo que el vacío más
absoluto y la incapacidad de decir nada con sentido, y mucho menos con alguna
remota utilidad. Se trata del arrogante vicio de tanto intelectual onanista de
mente y alma.
El inocente comentario al que me
acabo de referir, versaba sobre una admirada poeta y narradora con multitud de
seguidores en Facebook, de biografía admirable y motivadora a más no poder,
pero… Dorothy Parker tuvo que soportar seguramente alusiones bastante más
mordaces en vida, sobre su ascendencia judía de la que ella misma se mofaba,
sobre sus veleidades izquierdistas y su tenaz defensa de los derechos civiles,
sobre sus amigos escritores y sus amantes, sobre el hecho de ser una mujer
comprometida, libre y con personalidad. Un reto este último, todavía vigente
para cualquier mujer. Por desgracia.
Parker intentó suicidarse, pero
murió ya anciana de un ataque al corazón, después de sobrevivir a un marido
fallecido por sobredosis, eso sí. Era judía, pero se educó en un colegio
católico. Era de buena familia, pero los perdió a todos, por lo que tuvo que
abandonar su formación académica a la temprana edad de trece años, para
buscarse la vida. En cualquier caso, enseguida comenzó a despuntar como poeta,
como crítica literaria y teatral, como reportera desde la Europa agitada de los
años treinta.
No, no me olvido de este relato
“autobiográfico”. Con técnica, asistimos a los apuntes al natural de una vida
atraída por el abismo de amores imposibles y estoicas “vueltas a comenzar”. La
rubia se equivoca y lo hace a conciencia. Sigue adelante, se pensará que un
mucho por inercia, en realidad es un tanto más por convicción. Una buena copa,
y a por el horizonte, línea recta, con todos los excursos imprescindibles, y
los meandros, y la soledad más acompañada, y todo lo que quede por recorrer.
Disculpas, si al final no acabo
de “empatizar” con esta mujerona de estado indefinido y vocación de luchadora: “Al
poco Sydney se casó con una mujer rica y controladora; a continuación apareció
Billy. No, perdón, después de Sydney vino Fred y luego Billy. En su permanente
niebla mental, nunca fue capaz de acordarse de cuántos hombres habían entrado
en su vida y habían salido de ella. No cabía la sorpresa: ni se estremecía a su
llegada ni sentía pena a su partida. Por su parte, parecía que siempre
resultara atractiva para los hombres. Nunca apareció ya ninguno tan rico como
Ed, pero todos fueron generosos, cada uno según sus posibilidades.”
Triste destino de la muñeca
hermosa, frágil, decadente, llena de curvas, de sensualidad, de generoso
compartir vida, atrofiada en su desarrollo por una sociedad castrante, siempre
al borde de la asfixia, incapaz de demostrar su valía y su talento, o no en la
medida de lo que sería justo. La rubia se monta al tren a ninguna parte, se
mueve con su exquisito contoneo, se le revuelven las tripas, tiene urgencia por
llegar a algún sitio, pero eso nunca ocurrirá.
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