Empezaré asumiendo mis
pre-juicios ante las novelas de Ángeles Caso. ¿La recuerdan? Aquel busto
parlante del telediario de los alegres ochenta, una de las caras bellas de la
Transición, la no periodista a la que se incluyó por arte de la popularidad
televisiva en la creciente y prestigiosa nómina de mujeres periodistas de la
época. Ella, en carne mortal, vino a Zuera y nos sorprendió a unos cuantos
cuando aclaró que su paso por la efímera caja tonta y su desmedida fama fueron
todavía más fugaces de lo que recordábamos, pues no llegó a los dos años de
lucir melenaza y mirada arrebatadora, de quitar el hipo a tantos con sus rasgos
angulosos y felinos. Se nos cayó un mito falso, comenzamos a conocer a la
verdadera Ángeles Caso.
¡Bendito club de lectura de
Zuera! Por la cursi portada de la novela Todo
ese fuego (Planeta, 2015), no me habría planteado ni de lejos su lectura.
Juzguen por sí mismos:
No me dirán que no es para
presumir que estábamos ante una de esas novelitas románticas e insustanciales.
No me digan que no es para que la autora despotrique contra la editorial y los
responsables de semejante desaguisado. Y es que la novela en cuestión es otra
cosa, y muy valiosa en realidad, como para dejarse despistar. No lo hagan.
Vayamos por partes. Aunque
nuestra atractiva escritora haya tenido que luchar contra tontos y pre-juicios
(como los míos), aunque haya tenido que luchar para demostrar que no es una
mujer florero con ínfulas de literata, lo cierto es que vista su trayectoria y
esta novela, está claro que lo ha conseguido sobradamente, el oficio, digo. Y
es que por atreverse, se aventura incluso, y por cierto, con éxito, a romper
con los géneros.
Este libro es una novela, y no lo
es, lo es en parte, en la primera parte. En la segunda parte escribe un ensayo
deliciosamente divulgativo, luminoso, relevante, motivador. Lo que es novela
muestra un vigor narrativo admirable. Es una novela muy bien escrita. Está tan
lograda como supuesta biografía novelada de esas heroínas de fábula feminista,
las hermanas Brontë, es tan buena, que llegamos a convencernos de que sigue
dato a dato sus vidas, cuando tan apenas se asoma a un día de sus apasionadas y
trágicas existencias. Cuando se nos informa en la parte ensayística de lo
escaso que se sabe de los detalles vitales de dichas protagonistas, es entonces
cuando podemos valorar la pericia de Ángeles Caso al recrear el aliento, las
ansias, el fluir revuelto de los sentires de esos iconos literarios que toman
vida en el papel.
Le planteé a la autora la
justificación para organización tan peculiar (doble y paralela, narrativa y
ensayística), el porqué de escribir dos libros en uno, y no dos libros por
separado. Me planteó una visión bien argumentada de sus razones creativas, que
respetaría en cualquier caso, pero que además me resultaron convincentes. Me
sigo quedando con la sensación de estar ante una novela que se me antoja no
llegó al límite de lo que podría haber sido, por breve y no por falta de
calidad. Me sigue chirriando la lectura de las cuestiones informativas a
posteriori. No me convence como opción creativa inicial. Y sin embargo, valoro
en firme el producto final, por mucho que no sea lo que podría ser, y no niego
que quizá otra novela más apegada a la narración me habría gustado más.
¿Y las hermanas Brontë? Me pongo
de deberes, (creo firmemente en ellos, en los buenos, en los sensatos) leer
Cumbres borrascosas, la célebre novela de Emily. Intento bucear en aquella Jane
Eyre, la de Charlotte, que no me impresionó, para acercarme a ella desde una
posición más empática, menos pre-juiciosa. Estoy deseando que caiga en mis
manos alguna de las novelas que escribió la otra, Anne, la que no existía, en
mi ignorancia, y que parece ahora cuenta con las bendiciones de gran parte de
la crítica especializada. Ángeles Caso lo logra, consigue despertar mi interés
por esas mujeres excepcionales, las Brontë.
Estoy por unirme al
multitudinario peregrinaje a su ahora casa-museo, en Haworth. Pisar ese
diminuto salón en el que las tres edificaban sus obras literarias, tras las
faenas domésticas, en la tranquilidad de su creatividad decidida y valiente. No
me cuesta imaginarme allí, escuchando sus mentes maquinando narración y
diálogos, o versos en el caso de Emily, entre el frufrú de sus ropas de época,
sencillas y abigarradas al mismo tiempo, como ellas. Esa casa sin jardín,
envuelta en el páramo desolador y a la vez entusiasta de sus existencias. Respirar
el milagro de tres mujeres extraordinarias que lucharon contra un destino que
les ponía todo, absolutamente todo, en su contra.
Una antigua alumna decía, y decía
bien, que el feminismo no debería ser darle la vuelta al machismo. Ángeles Caso
nos confesó que al principio de su carrera pretendía que la valoraran como a un
hombre. Ahora está orgullosa de escribir siendo mujer. Porque la mujer aporta a
sus creaciones su particular visión, pero también lo que todas las mujeres
comparten y los hombres no. Nos decía que había escrito buena parte de sus
obras donde bien había podido, en espacios domésticos, con un ojo pendiente de
su hija mientras crecía, lejos de una torre de marfil de la que muchos autores
varones disfrutan porque tienen a una Patricia, a una Isabel, a una María, que
se ocupan de ellos, de lo cotidiano, de lo rutinario, de todo lo práctico. No
se arrepiente de haber vivido su acto de escritura involucrada con sus otras
facetas, de madre, de ama de casa, de persona. Me encantó escucharlo en la voz
de una mujer admirable.
Y por si faltaba poco, esa tarde nos
asomamos también a su nuevo libro. Hasta tres editoriales se han negado a
publicar un ensayo sobre mujeres pintoras. La autora ha tenido que recurrir al
micromecenazgo. El “crowdfunding” ya ha sido tema de reflexión en este blog.
Estoy convencido de que la experiencia ha sido positiva para Ángeles Caso, que
ha creado un vínculo único con un grupo de lectores mecenas. Un trabajo que por
otra parte se me antoja estimulante, con multitud de ilustraciones, centradas
en los retratos, que opina Caso son de lo mejor producido por esas grandes e
injustamente desconocidas. Estoy deseando tenerlo en mis manos. Se trata, no es
cuestión de dilatarlo más, de Ellas
mismas.
Conocía a alguna de las pintoras
(Artemisa Gentileschi o Sofonisba Anguissola) incluidas en el índice de setenta y nueve “sujetos de arte” –por escapar al
destino de ser objetos para los pinceles de pintores, y tomar ellas el rumbo
creativo-, como tan acertadamente las llama Ángeles Caso, pero la mayor parte
de ellas están para mí en el mismo limbo que para tantos, y es por ello mismo una obligación
moral rescatarlas de él. ¿Es razonable desde cualquier punto de vista que acabe
de producirse la primera exposición individual, en toda la larga historia del
Museo del Prado, dedicada a una pintora? Pues así es, por desgracia, lo es con
la exposición protagonizada por la pintora flamenca de bodegones, “dotada y
delicada artista” según la web de la pinacoteca, Clara Peeters.
Se puede comprar Ellas mismas en la página web de la
autora:
Y lentamente, poco a poco,
asomarse a la cara oculta, la que da miedo a tantos hombres, a tantas mujeres,
a la de las mujeres creadoras, a su arte, a su fuerza.
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