Ya he dicho en otro momento en este blog que soy un seguidor
entusiasta de la obra de Paco Roca. Me reitero. Y no es porque su última
entrega de novela gráfica sea la que más me haya gustado. Se trata sin duda de
un volumen de una gran madurez. En él la documentación es de un nivel
extraordinario, y eso que para Arrugas
ya había hecho su parte al respecto. Es un libro concienzudo en todos los
sentidos, y sigue apreciándose la rotunda suavidad de su trazo como dibujante,
la inmensa capacidad de condensar en unas pocas viñetas los estados emocionales
más diversos.
Los surcos del azar, Astiberri 2014, es el vigoroso
testimonio vital de uno de esos muchos republicanos españoles que tuvieron que
abandonar la península al final de la guerra civil y no se resignaron a poner
fin a su lucha. El protagonista de las aventuras de la novela es Miguel Ruiz,
un anciano al que viene a ver a su actual residencia en un pequeño rincón de
Francia, para sin quererlo conjurar los demonios del pasado, un tal Paco.
En sucesivas entrevistas, el viejo gruñón va gradualmente
viajando a sus recuerdos, empezando por la llegada a una África ocupada por las
fuerzas del eje, y con las tropas francesas a su disposición, desde el momento
en que las colonias francesas se unieron al gobierno del mariscal Pétain. Si la
salida de España fue dramática, la estancia en una cárcel de arena, el propio
desierto del Sáhara, no lo iba a ser menos.
A los tres años de cautiverio, llega la liberación por los
americanos. Los españoles pasan a luchar en lo que se denominó el Cuerpo Franco
de África o CFA, con el que nuestro aguerrido luchador batallaría hasta lograr
vencer a las fuerzas del Eje en África. Tras un adiestramiento por los
americanos, y habiendo bautizado a sus vehículos de combate con nombres tan hispánicos
y también simbólicos, como Madrid o Teruel, desembarcan por primera vez en
Europa, nada menos que en Escocia.
Al poco tiempo, llega el famoso día D, el de aquel desembarco
de Normandía, y como con el resto de hazañas, vivido en primera persona por ese
puñado de españoles. Francotiradores y minas, espías y toda ralea de enemigos,
les iban a poner muy difícil el ansiado camino con horizonte en París. No todos
harían el célebre recorrido por los extrarradios hacia los bulevares que
desembocaban en el Sena, sólo algunos de ellos consiguieron entrar en el Hôtel
de ville, el histórico ayuntamiento de la capital de Francia. Y apenas quedó tiempo
para un amor truncado.
Y si me preguntan si no llega a producirme hartazgo otra
historia de guerra, tengo que decir que nunca me atrajeron los cómic bélicos,
que otra historia de la guerra no tiene por qué ser otra historia más, sino una
buena historia, y que si lo es, el tema es lo de menos.
Paco Roca acierta de nuevo con el trabajo en las tonalidades
de lo que presenta. La trama contemporánea se resuelve más que adecuadamente
con una especie de blanco y negro enriquecido, después de todo es la trabazón
pero no la esencia de lo que se cuenta. La trama guerrera tiene ese sepia
mágico en el que se ha convertido en verdadero maestro desde El invierno del dibujante.
A menudo defiendo lo importante que considero que la historia
esté bien contada, como que lo dibujado responda a lo que se quiere transmitir.
Paco Roca no es “figurativo”, por supuesto que no pretende ser transgresor (ni
en esta ocasión de traer la memoria del exilio, de la República maltratada, de
esa España que nos estuvo prohibida y silenciada durante mucho tiempo por
fuerza, y más adelante, por pudor y falsa buena voluntad de consenso), pero
tampoco realista.
Durante su larga trayectoria ha demostrado ampliamente sus
habilidades líricas. Remito a Las calles
de arena, ese grandísimo homenaje a la parábola kafkiana y dovstoievskiana,
con referencias a Poe, Melville, y en lo esencial, a Dalí y todo el
surrealismo. Nada más fuera de la realidad que lo real llevado al límite, eso
sí, sin traspasar los umbrales de lo que una ciudad parece, de lo que una
recepción de hotel puede llegar a ser.
Reivindico desde aquí un volumen más abstruso en su
complejidad, El Faro, por puro
metafórico, con un trazo perfilado de manera más aguerrida y en apariencia más
juvenil. Aparece ya entonces, el soldado republicano al final de la pesadilla
de la guerra entre hermanos, en un volumen en el que prima un gris hermoso y
melancólico. Tampoco es mi obra favorita de Paco Roca, pues me parece más un
ejercicio de estilo valioso que una novelilla compacta y rotunda.
Mi favorita es sin lugar a dudas, Arrugas, desde el recuerdo me devuelve el delicado y nada
sensiblero tratamiento de la decrepitud, ese bucear en los abismos que acechan
a la mente humana en los resquicios de una existencia que pudo ser plena, y que
tristemente acaba desvaneciéndose. Nuestros ancianos, los de cada uno, el que
seremos o somos, el amor y la aventura de la vida, todo se hace verdad en esta
historia con humor y sincero retrato de la soledad de cada uno. Una joya, un
clásico de la literatura.
Adelante Paco Roca, los surcos a menudo se retuercen sobre sí
mismos y parecen no llevar a ningún sitio, pero como las arrugas de nuestro
rostro, son la esencia de nuestro caminar.
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