A doña Aleida, por el conocimiento..., a todos mis Nicas queridos
¿Pablo Antonio Cuadra?
Wikipedia informa de que Pablo Antonio Cuadra Cardenal
(Managua, Nicaragua; 4 de noviembre de 1912 - 2 de enero de 2002) fue un poeta,
ensayista, crítico de arte y de literatura, dramaturgo, artista gráfico e
ideólogo nicaragüense. Históricamente, su familia ha estado ligada a la
política y a la poesía de Nicaragua. Evidencia de esto último son su tío abuelo
Vicente Cuadra, quien fue presidente de Nicaragua (1871-1875); y sus primos:
Joaquín Pasos Argüello, poeta y dramaturgo, y nada menos que Ernesto Cardenal,
poeta, escritor, escultor, religioso y político, y Ministro de Cultura durante
el gobierno sandinista (1984-1990).
Demostración de que Nicaragua no ha sido tan sólo, y no sería
poco precisamente, el grandísimo Rubén Darío (y es que cuando el grande es
enorme, todos quieren apropiárselo, y como su relación con España fue intensa,
se le incluye sin más en las programaciones de literatura de nuestro país, como
si hubiera sido un nica-español). Tampoco Nicaragua son ellos dos. Recordaré a
otros escritores reconocidos más allá de sus fronteras: Sergio Ramírez –autor
de uno de los libros reseñados en esta sección de mi blog-, el ya mencionado
Ernesto Cardenal, y una diva de la cultura latinoamericana más reciente, Gioconda
Belli.
Lo que es más grave, ¿Nicaragua?
Porque, ¿qué y cuánto se nos viene a la cabeza al pensar en
dicho país “hermano”? Y el genio de la poesía modernista, primer gran escritor
no español en español, no cuenta ahora.
Supongo que para muchos de nosotros, el sandinismo es
recurrente. La revolución en aquel lejano y pequeño país fascinó a propios y
extraños. El David que se atrevía a plantar cara al Goliat yanqui. La
revolución liderada por un heroico Daniel Ortega (entonces, porque como tantos,
con el tiempo se ha enquistado en el poder, y ha acabado derrochando la
herencia de aquello originario de lo que apenas queda nada).
Los comités de solidaridad con Nicaragua que surgieron en
muchos rincones de España, y que salían a la cabeza de manifestaciones de
apoyo, han ido lentamente decayendo; y quizá de lo más vivo que encontremos
hoy, sea el producto del hermanamiento entre las ciudades de León en Nicaragua,
y Zaragoza en España. Impresiona pasear por un barrio con nombre de Zaragoza,
ver otro altar dedicado a la Virgen del Pilar, a miles de kilómetros de
distancia de los originales. El germen del hermanamiento estaba presente en la
histórica ciudad nicaragüense, es como si hubiera estado previsto por el transcurso
del tiempo, auspiciado por todo tipo de augurios.
Iglesia de Zaragoza en León
Algunos tenemos borrosos recuerdos de las disputas entre la
primera presidenta latinoamericana, Violeta Chamorro, y los sandinistas
desbancados momentáneamente del poder. Así como grabadas en las retinas de la
memoria, imágenes trágicas de los efectos del famoso huracán Mitch, cuatro mil
muertos que compiten con los diez mil causados por aquel otro desastre que nos
suena lejano en el baúl de los recuerdos, y tan apenas a los que somos más
mayores, el terremoto de Managua, de 1972.
No ayuda la distancia, que también es hoy cultural. El
turismo que recibe Nicaragua, que visita la maravillosa Laguna de Apoyo o su
impresionante mirador de Catarina, la cercana Masaya con su Mercado Antiguo,
hoy de artesanía; la isla de Ometepe, la casa natal de Rubén Darío en León, su
catedral; ese turismo sigue siendo mayoritariamente estadounidense. Chocante
por ello, descubrir que una considerable
parte del dinero que ha ido restaurando la bellísima ciudad colonial de Granada,
destino top de los americanos,
procedió de Cooperación Española al Desarrollo, y bien digo procedió, porque en
estos momentos de crisis económica y sobre todo moral, esos fondos seguramente se
habrán recortado hasta niveles de vergüenza nacional.
La espléndida catedral de Granada
¿A alguien le suena el Güegüense?
Le felicito si es así, es conocimiento para matrícula de honor. Como bien
señala Pablo Antonio Cuadra en el libro que nos ocupa, se trata de la primera
muestra de literatura del país centroamericano, quintaesencial mestizaje de las
raíces indígena e hispánica de Nicaragua, una pieza teatral barroca que en la
llamada “jerigonza” de los muleros de la época, tiene como personaje principal
a un tal Macho-ratón, a un pícaro que anhela el “don” delante de su nombre, una
obra que en el siglo XVII recoge como lengua india el náhuatl, y que sin
embargo, ha tenido más éxito en zonas mangues-chorotegas, compactando así las
diferentes almas de la identidad nicaragüense.
El Güegüense en imágenes, Ballet Folklórico de Nicaragua
Hoy se sigue representando en la tranquila y acogedora ciudad
de Diriamba, con iglesia antigua y venerada, siendo las partes bailadas las más
populares y reconocidas por el público medio, sin duda por ser lo más vistoso.
A tener en cuenta el atractivo de atuendos y máscaras, ese colorido innato que
siempre he percibido como característica reconocible de muchos pueblos
indígenas en Latinoamérica, al menos a simple vista.
Y, ¿las Hípicas? El nombre da la pista, son encuentros de, a
menudo varios miles, de jinetes con sus
respectivas monturas. Tuve la suerte de asistir a la de la localidad montana e
interior de Chontales. Todo un espectáculo para los ojos noveles. El
abigarramiento de caballos de los más diversos pelajes, añadido a la intensa
presencia de los caballeros con sus sombreros de vaquero, o de las bellas amazonas
con sus modelos sensuales y llamativos, se mezcla con la música de las bandas,
con las hermosas bailarinas danzantes de carrozas promocionales, con el calor
del ambiente.
Una Hípica, me temo que no en Chontales
En cuanto al deporte, el nicaragüense por excelencia, no
sorprende, ¿verdad?, es el béisbol. Y es que la cercanía del gran hermano del
norte, se percibe en todas las áreas de la vida de los nicas. Hace tiempo que
los españoles somos renglones polvorientos de los libros de texto, y como
mucho, y en los últimos años, cooperantes con acento raro, que resultan no ser
gringos. Esa herencia cultural la hemos desperdiciado en gran parte, nuestro
país no es en absoluto referente esencial, tan apenas sentimental, una borrosa
madre patria, y muy a menudo la “madrastra” de la leyenda negra, poco más.
Y para completar este panorama, leo con interés también, Refranero nicaragüense, de Carlos
Mántica, con la manera más universal de levantar la voz del pueblo, ese
compendio de sabiduría popular que tan frecuentemente reúne la verdad
sustentando los contrarios más enfrentados. Refranero que tanto asume del
español que trajeron los conquistadores, pero que tiene la originalidad de
quienes lo adaptaron a su realidad, que tan diferente era de la hispánica,
quienes por otra parte aportaron la sapiencia tradicional y eterna de sus
pobladores indígenas.
¿Que el pequeño país ya no lo parece tanto? Justo es
reconocer que el tamaño nada tiene que ver con la diversidad, con la riqueza.
Nicaragua es un universo en sí mismo, si además se tiene en cuenta que la
fachada caribeña del país, nada tiene que ver con la del Pacífico, que la costa
difiere del interior, que las ciudades son planetas remotos para la población
rural,…
¿El nicaragüense,
de Pablo Antonio Cuadra?
Una recopilación de artículos del erudito, reflexiones sobre
el ser de una identidad contradictoria y riquísima, sobre la profunda raíz
indígena, sobre el poso de lo hispánico, que curiosamente recibe el apelativo
por este sabio de “mediterráneo”, incluso al hablar de su propio país y su
identidad –quedando tan lejos el Mare Nostrum-; y por encima de todo, es
consciente ya de una mal entendida modernidad, lo que hoy conocemos por
globalización, que diluye los rasgos y entorpece la meditación sosegada sobre
nosotros mismos.
Nicaragua, nos aclara el autor, es el resultado de un primer
y complicado mestizaje entre dos “culturas indígenas madres”. Por una parte, la
de los más civiles Chorotegas. Y por otra parte, la más militarista de los
Náhuas. Los “amorosos con sus mujeres”, frente a los machistas. La cultura
sedentaria que empezó derrotando a los desplazados y nómadas del norte, para ser engañados finalmente
por dichos invasores y más tarde, inicialmente masacrados, y también sojuzgados.
El resultado de ese choque de culturas fue previo a la colisión de universos
que causó la llegada de los europeos. Una identidad por tanto, nacida a golpe
de seísmos violentos, de sacudidas entre
civilizaciones y visiones del mundo.
Reconozco haberme perdido a menudo en la lectura de detalles
que Cuadra considera sabidos, y que el lector europeo sin base desconoce, aunque
por otra parte, parece lógico que tuviera como destinatario de sus textos
principalmente a compatriotas, y eso hace más compleja la comprensión de sus
argumentos. No es favorecedor tampoco, el hecho de que sea una colección de
artículos escritos a lo largo de un cierto tiempo, pues como suele ocurrir en
estos casos, algunos temas se repiten (aunque sea añadiendo perspectivas e
información), y para el explorador profano resulta reiterativo, hasta cierto
punto tedioso.
Cuadra hace un repaso exhaustivo de las diferentes realidades
de su país. Nos asoma a la creación de una capital para dejar en la balanza las
aspiraciones de las dos archirrivales ciudades coloniales de Nicaragua. Nos
enteramos de la experiencia de los marineros de agua dulce, de los que
abundaron algún día en los gigantescos lagos de su tierra. Reflexiona sobre la
lengua, sobre la Historia, sobre héroes y seres anónimos. Se enfrenta al sentimiento
religioso, a la personalidad comunitaria, a la aventura de un pueblo en el
devenir de la cultura, de su cultura, de la nuestra. Sirven para ello Homero,
Ulises, Robinsón, Rubén Darío, Oriente y Occidente, los volcanes, los mitos, el
patriotismo y la risa, la casa y el traje, un simple rancho y por encima de
todo, el destino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario