El poeta no es joven, no es
viejo, la poeta lo es o no. Apabulla Loreto Sesma con su poemario 317
kilómetros y dos salidas de emergencia (Espasa, 2015), aunque pague el
peaje que algunos considerarán inevitable de su inexperiencia. La felicito,
algunos de los poemas del volumen son excelentes. Ahí es nada, cuando autores
reputados que le triplican la edad zozobran con artefactos de dudosa credibilidad
y nulo acierto, ella ha publicado con una editorial prestigiosa un poemario,
que además ya es el segundo, con el que sale más que airosa del envite.
En el viaje, me quedo con la
primera parte del volumen, la que titula Trayecto, con esos poemas en forma de
kilómetros. Es allí donde se encuentran los versos más redondos, más depurados.
Las otras partes se convierten entonces en accesorias, y he de decir que lamentablemente
cada vez más prescindibles a medida que avanza el libro. No me convencen unos
poemas epigramáticos que nada añaden. Me resultan demasiado obvios los poemas
con nombre de ciudad. Me conquista esa primera parte en la que la voz poética
es directa, auténtica, reconocible, inmediata. En una segunda parte, titulada
Áreas de servicio, se desdibuja el trazo, se pierde el hilo, se desmadeja, nos
desorientamos. Eso sí, nuestra joven Ariadna tiene mucho mérito.
“Últimamente me siento como
esa persona que ha hecho de una estación su casa,
que pasa por delante de cualquier escaparate y nunca se fija
en lo que vende,
sino en su propio reflejo.
Como quien busca en el espejo
algún matiz,
algún gesto,
que hiciera cuando fuera pequeño
y busca
y busca
y busca
(pero nunca encuentra)
al niño que fue hace un tiempo.
Me siento como quien guarda una botella
para una fecha señalada,
y se da cuenta de que nunca vino,
que el vino
se ha hecho vinagre.
Como quien sigue intentando hacer las cosas bien
solo
por ver sonreír a su madre.
Como quien ha perdido la ilusión
porque le dijeron que toda magia implica truco.
como el imbécil que prefirió ser la fuerza del león
antes que la astucia del zorro
y al final,
una bella sonrisa con andares de bailarina
le acabó soplando en la boca para pedir un deseo.
Me siento como el poeta atrapado en su fraseo,
como la mujer arreglándose en el aseo
antes de acudir a una cena consigo misma.
Me siento como en una jaula sin barrotes,
como quien ve los aviones
como otro puto obstáculo
por el que no sale el sol;
como a quien le regalan flores
y pregunta
cuándo ha muerto.
Como el tuerto
al que nunca le preguntaron si se siente rey
en un mundo de ciegos,
como el enamorado que ya no cree en el amor.
Me siento como si sintiera
que ya no seré capaz de sentir
después de haber sentido tanto.
De haber amado tanto,
de haber llorado,
de haber reído,
de haber temido
y haber disfrutado tanto.
Me siento como la niña que se quedó
esperando a sus padres a la salida del colegio.
Y nunca
nadie
fue a buscarla.
Como el preso al que le ofrecieron la libertad,
pero por un beso
eligió la cárcel.
Como el verso que nunca fue poema
porque nadie tuvo el valor suficiente
para escribirlo.”
La escritura tiene mucho de
técnica. Loreto Sesma se las arregla bien en este punto. Sus poemas están bien
escritos, tienen un ritmo propio de las obras “en marcha”, de carretera y notas
en el autobús, de paradas con coche en el arcén, de miradas dinámicas y
certeras al fluir desenfrenado de la existencia. La escritura es crear un
estilo propio. Este poemario resulta fresco, sincero, muy directo. Plantearé
quizá, como tirón de orejas menor, lo innecesario de acudir en demasía a la
palabra gruesa. Cuando lo requiere el momento dramático, cómo no; cuando se
convierte en muletilla, jamás. Y si se me permite, así ocurre también con el recurrente recurso a la saliva, que en este volumen lo hace todo: cura, retiene,
atrae, distingue, atropella, miente. Mucho más de lo que uno podía imaginar, o
que incluso deseaba imaginar. Demasiada baba, la verdad.
Y ahora una reflexión de propina, ¿lo adivinan?, sobre
los jóvenes poetas que venden. Estoy refiriéndome por supuesto al “fenómeno” del
ya añoso (a sus esplendorosos treinta y siete años, y lo irán entendiendo) Marwan,
pero también a Defreds (¿es tan joven como aparece en las fotos de su web?) y
su masa de fans, o por supuesto a una más que sobradamente preparada Luna
Miguel (crucen la ceja, y algún esfínter, por el asombro no más, al recorrer el
currículum de esta talentosa editora y poeta de veinticinco añitos:
http://www.lunamiguel.com/p/biocv.html
) o así mismo a otros autores que desconozco por completo, y quienes, pese a su
juventud ya han publicado al menos un libro, como Elvira Sastre, Sergio Carrión
o Sara Bueno, tal y como se nos indica en este artículo de la Vanguardia, en el
que se menciona también a nuestra autora zaragozana, la de esta entrada-reseña:
Sin recurso al pasmo me quedo al
consultar el interesante blog de Ana Carrillo, y descubrir propuestas para una
nómina de casi impúberes (rondan las veinte poéticas primaveras) y todavía
(hasta ahora era lo esperable) inéditos poetas, que sin embargo se mueven como
peces en las profusas aguas de las redes sociales:
No me pre-juicien, no pretendo
ser cínico, ni descreído. No se trata de envidia de la mala. Me encantan estos
chicos. Los adoro de principio a fin, como los del viaje, son ídolos que
presentar a mis alumnos, materia en bruto para mis clases, motivadores… Que continúe el fluir de la poesía, se le atribuye muerte cerebral de cuando en cuando, nada más lejano de la realidad. Estos jóvenes y brillantes autores lo demuestran con sus creaciones.
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