No deja de ser una reflexión gráfica de lo que supuso -y supone- un acontecimiento de esas características, en todos los sentidos: quedan su huella, el recuerdo de las maravillas, la resaca de la corrupción política, y por desgracia, la decepción de que esos fastos no bastaran para sacar a Zaragoza del ostracismo de las grandes ciudades ignoradas y sin perfil.
Fue mucho, bueno/regular/malo (cada uno que tache lo que corresponda), y permanece bastante más de lo que parece...
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