lunes, 10 de noviembre de 2014

Y llegaron las novelas gráficas…


Cuando era un pequeño y prometedor lector, me subyugaron los tebeos. Los llamábamos así, incluso de vez en vez, también cómics. Me fascinaban personajes españoles como El Capitán Trueno o El Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, o el Guerrero del Antifaz –y sin que nos preocupara por entonces su ideología-. Leía con fruición las aventuras de héroes extranjeros como Phantom (el Hombre  Enmascarado), o de varios de la Marvel (Spiderman, Thor, los Cuatro Fantásticos). Era fan de Tintín y de Astérix. Seguía a las distintas historietas editadas por Bruguera: Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, Anacleto, y tantos. Devoraba cualquier tebeo que cayera en mis manos, y si mi vecina tenía una colección en la que se incluían tebeos “para chicas”, también los curioseaba. Leía Don Miki, lo que fuera, con tal de que estuviera ilustrado y tuviera bocadillos.
 

 

Fue sin duda, una excelente introducción en el mundo de la lectura. La de libros no tardaría en llegar, me enganché a colecciones como la de los Hollister, los Tres Investigadores, los Cinco o los Siete Secretos de Enid Blyton. Para mí fue un paso lógico. Hoy sería objeto de sesudo estudio: acabé pues, en las fauces de la literatura infantil-juvenil. Y desde la distancia en el tiempo, no me arrepiento en absoluto. Los protagonistas de tu edad no eran mejores que los héroes de tebeo, simplemente se complementaban.
 

 

Este verano llegó a mis manos, gracias al Plan Lector del IES Hermanos Argensola, “La ventana” de Sean Chuang, Bárbara Fiore editora. Una bellísima y desgarradora historia en la que apenas hay texto, sin bocadillos. Unas ilustraciones de una factura maravillosa, en una edición cuidada, con un colorido acorde con el lugar y la época en la que se desarrollan los hechos. Tal y como reconoce el autor, se trata de un homenaje desde Oriente de ese Occidente para ellos, fascinante y a la vez extrañamente cercano.
 

 
 

A menudo, son los observadores lejanos los que mejor plasman detalles que de otra manera se nos escaparían a quienes vivimos una eventualidad de forma directa. No es la primera vez que unos ojos rasgados visionan nuestro mundo de una manera más intensa que nosotros mismos- Y para demostrarlo, acudiré al ejemplo de otro soporte para la ilustración, las series de dibujos animados. ¿Quién no ha ido a Suiza buscando la que aparecía en la archifamosa Heidi? ¿Hubo alguna niña que en su momento no se identificara con los ojazos desproporcionados, y al mismo tiempo enternecedores, de Candy Candy?

A quienes vivimos en primera persona esa entrega indisimulada a los dibujos por entregas, -recreada por cierto, de manera altamente aleccionadora, por lo que se refiere a los grandes de la ilustración del equipo de Bruguera, en otro volumen de novela gráfica, la imprescindible “El invierno del dibujante” de Paco Roca, Astiberri- esta moda de tebeos para adultos, de narración en su versión ilustrada, no hace más que reafirmarnos en una pasión que nunca nos ha abandonado. Los tebeos forman parte de nosotros, de nuestro paso por la vida…






 
 
 
 

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