Cuando era un pequeño y prometedor lector, me subyugaron los
tebeos. Los llamábamos así, incluso de vez en vez, también cómics. Me
fascinaban personajes españoles como El Capitán Trueno o El Jabato, Roberto Alcázar
y Pedrín, o el Guerrero del Antifaz –y sin que nos preocupara por entonces su
ideología-. Leía con fruición las aventuras de héroes extranjeros como Phantom
(el Hombre Enmascarado), o de varios de
la Marvel (Spiderman, Thor, los Cuatro Fantásticos). Era fan de Tintín y de Astérix.
Seguía a las distintas historietas editadas por Bruguera: Zipi y Zape,
Mortadelo y Filemón, Anacleto, y tantos. Devoraba cualquier tebeo que cayera en
mis manos, y si mi vecina tenía una colección en la que se incluían tebeos “para
chicas”, también los curioseaba. Leía Don Miki, lo que fuera, con tal de que
estuviera ilustrado y tuviera bocadillos.
Fue sin duda, una excelente introducción en el mundo de la
lectura. La de libros no tardaría en llegar, me enganché a colecciones como la
de los Hollister, los Tres Investigadores, los Cinco o los Siete Secretos de
Enid Blyton. Para mí fue un paso lógico. Hoy sería objeto de sesudo estudio: acabé
pues, en las fauces de la literatura infantil-juvenil. Y desde la distancia en
el tiempo, no me arrepiento en absoluto. Los protagonistas de tu edad no eran
mejores que los héroes de tebeo, simplemente se complementaban.
Este verano llegó a mis manos, gracias al Plan Lector del IES
Hermanos Argensola, “La ventana” de Sean Chuang, Bárbara Fiore editora. Una
bellísima y desgarradora historia en la que apenas hay texto, sin bocadillos.
Unas ilustraciones de una factura maravillosa, en una edición cuidada, con un
colorido acorde con el lugar y la época en la que se desarrollan los hechos.
Tal y como reconoce el autor, se trata de un homenaje desde Oriente de ese
Occidente para ellos, fascinante y a la vez extrañamente cercano.
A menudo, son los observadores lejanos los que mejor plasman
detalles que de otra manera se nos escaparían a quienes vivimos una
eventualidad de forma directa. No es la primera vez que unos ojos rasgados
visionan nuestro mundo de una manera más intensa que nosotros mismos- Y para
demostrarlo, acudiré al ejemplo de otro soporte para la ilustración, las series
de dibujos animados. ¿Quién no ha ido a Suiza buscando la que aparecía en la
archifamosa Heidi? ¿Hubo alguna niña que en su momento no se identificara con
los ojazos desproporcionados, y al mismo tiempo enternecedores, de Candy Candy?
A quienes vivimos en primera persona esa entrega indisimulada
a los dibujos por entregas, -recreada por cierto, de manera altamente
aleccionadora, por lo que se refiere a los grandes de la ilustración del equipo
de Bruguera, en otro volumen de novela gráfica, la imprescindible “El invierno
del dibujante” de Paco Roca, Astiberri- esta moda de tebeos para adultos, de
narración en su versión ilustrada, no hace más que reafirmarnos en una pasión
que nunca nos ha abandonado. Los tebeos forman parte de nosotros, de nuestro
paso por la vida…
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