jueves, 27 de noviembre de 2014

Y la Nocilla provocó experiencias más allá de esta dimensión…


Algunos poetas deciden ampliar el “reducido espectro” hacia el que dirigen su creatividad, y mueven los hilos correspondientes para que se les publiquen novelas. Hasta aquí nada que oponer, lo minoritario de siempre ha tenido su “charme”, pero aporta escasos réditos económicos y tan apenas prestigio académico.

Ser maldito se queda para esos nombres que todos conocemos sin necesidad de acudir a Wikipedia, y en el silencio acogedor del anonimato de cuatro almas coherentes. Luce más apuntarse a la moda de turno. Redactar la ultimísima novela histórica, o en este caso, (lo de la pasión por la Historia se lo vamos a dejar a otra, trepa, “colocaticia”, de las que se dejaba ver venir desde muy lejos) entrar en Olimpo de los Nocilla, con alguna de esas obras metaliterarias y metavivenciales, elitista en su justa medida, según el patrón de los críticos que te van a encumbrar, en la línea de lo que vende lo suficiente y en realidad únicamente leen los capaces de superar el tedio al que conduce un autobombo insufrible y asfixiante.
 

 

Funciona.

Uno se hace un nombre más allá del terruño, deja de ser cabeza de ratón, para ser alguien, y alguien sólo se puede ser si se es en Madrid, y entonces, ocurre porque sí, se produce el milagro de que te den el premio que patrocina tu editorial, y que resulta ser uno de los más considerados de España.

Lo inquietante, y no entraré en más valoraciones morales, es que quien así actúa se presente en toda ocasión como una especie de “antisistema” de altura intelectual, un “rebelde con causa –por mucho que la causa, ni sea ejemplarizante, o ni siquiera se aproxime remotamente a una causa, o sí, la causa de labrarse un futuro como escritor de renombre-, un resabiado “mete-el-dedo-en-la-llaga”, aposentado en realidad, y hasta las trancas, en ese “stablishment” contra el que asegura arremeter por activa o por pasiva, por las redes sociales o por donde le dejen.





 

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