No creo que sea casualidad, que dos de mis lecturas
esenciales “de todos los tiempos” sean obras de teatro, clásicos para más
“inri”: la una, en verso para más detalle, “La vida es sueño”; y la otra, un
esperpento, “Luces de bohemia”. Siempre me ha encantado leer teatro, ni lo
evito, ni quiero evitarlo. No es porque no me guste verlo representado, aunque
tengo que decir que a menudo la puesta en escena de obras que había leído
previamente, me ha decepcionado profundamente. Quizá sea porque tengo vocación
de director de escena, pero no, que no me dejen convertir en realidad semejante
despropósito.
La obra de Mihura, para muchos críticos menor, una simple
obrita, es en realidad un excelente ejemplo de lo que la buena literatura
defiende: decir más con menos. Frente a tantos sesudos mamotretos de escritores
serios, y por qué negarlo, libros por lo general bastante aburridos, nuestro
autor consigue con un estilo desenfadado y pelín previsible, metas muy
complejas. No es sencillo enfrentarse con los prejuicios de una sociedad. A
renglón pasado, todo resulta más cómodo, entonces cualquiera puede sonrojar a
los que se equivocaron.
Los que tenemos una cierta edad, inequívoco síntoma de
madurez, reconoceremos esa España gris en la que viven los personajes de la
obra. Un país en el que las mujeres estaban obligadas a, al menos, parecer decentes. La decencia, ese concepto
que hoy suena a trasnochado, y que sin embargo se torna actual cuando los
chicos de un instituto califican de puta a la muchacha con muchos amigos, y
machote al chaval que ronda a todas las de la clase.
Maribel es una prostituta, y lo parece además. Los espectadores
de la época se tenían que partirse de la risa al ver a las ancianas “chochas”
protagonistas tratarla con delicadeza, mostrando un interés inusitado por esa
vida “desenfadada y libre” que llevaba. La lección maravillosa la ha dado el
paso del tiempo. Hemos alcanzado a leer entre líneas, y a comprender la bomba
de relojería contracultural que ocultaba el argumento que planteó Mihura. Fue moderno, cuando en realidad no
había nada de extraordinario en que un hombre pudiente retirara del ejercicio
de su carrera a una mujer de la calle. Es moderno, es modernidad, hacer chocar
y solaparse sin problemas, la realidad decimonónica de unas damas bondadosas
con la lógica desconfianza de un grupo de mujeres sobradamente maltratadas por
la vida.
El tono de la obra es de comedia de salón. Se va acelerando
hacia el final, pero el autor no duda en dejar llevar por los meandros
necesarios el recorrido de sus personajes. Articula de manera magnífica el
suspense de algo tan de hoy como la posibilidad de que el protagonista y sus
añosas familiares sean psicópatas peligrosos. Contribuyen al acierto del autor:
la rancia escenografía, la localización de los actos, y por supuesto, episodios
cómicos como esa fantástica ocurrencia
de que una ancianita solitaria pague por que alguien le haga una visita.
El análisis de la sociedad que nos rodea es uno de los
mejores servicios que puede hacer un escritor. Mihura demuestra ser un maestro
como analista de vicios e inquietudes, en la brumosa tierra de las segundas
oportunidades. Una lectura muy recomendable para lectores en la etapa final de
la secundaria…
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